Por P. Fernando Pascual
Un tema interesante puede ser expuesto de modo aburrido, complicado, farragoso, confuso, o incluso contradictorio. O puede ser expuesto de modo ameno, sencillo, claro, con una excelente coherencia en los razonamientos.
No es fácil exponer bien las propias ideas, o las ideas de otros. Pero quienes se esfuerzan por conseguir claridad en las formulaciones, hacen un servicio a los oyentes o a los potenciales lectores, que seguramente se mostrarán agradecidos.
Según parece, Ortega y Gasset habría afirmado que “la claridad es la cortesía del filósofo”. La frase expresa ese deseo que tenemos todos de acceder a las ideas y reflexiones de otros de modo asequible.
Desde luego, hay temas complejos que no pueden tratarse como se escribe un libro de recetas de cocina o un cuento para niños (que también tienen que ser escritos correctamente). Sin embargo, lo complejo se hace asequible cuando un conocedor lo presenta de modo lineal, concreto y desde palabras comprensibles para casi todos.
Tras leer o escuchar lo expuesto, cada uno decide, según su punto de vista, lo que acepta, lo que le parece erróneo, y lo que necesita profundizar ulteriormente. Pero eso solo es posible si logra antes una buena comprensión de lo recibido, gracias a la claridad de quien escribe o de quien habla.
El mundo necesita claridad, sobre todo cuando se habla del sentido de la vida, de las características del ser humano, de los criterios para conseguir buenas relaciones sociales, de lo que se refiere a las religiones, y de otros temas importantes.
Esa claridad se puede hacer concreta gracias a quienes se esfuerzan por comprender temas de importancia y por expresarlos con el deseo sincero de ofrecer una ayuda a otros para introducirse en esos temas que tanto interesan a la gente.
Imagen de Peggy und Marco Lachmann-Anke en Pixabay





