Por Martha Morales

San Josemaría escribía: “Si no hay devoción a María no puede haber nada: las almas están como si no tuvieran fundamento para la vida espiritual” (Tertulia 23-X-1972). Y continuaba en otro momento: “Si se tiene la desgracia de separarse de Dios por el pecado, o está a punto de separarse porque le va entrando la tibieza y la desgana, entonces si acude a la Santísima Virgen, encuentra otra vez la fuerza, la fuerza para ir al confesonario y abrir bien la conciencia con gran sinceridad, sin que haya secretos a medias con el diablo”.

Reginaldo Garrigou Lagrange cuenta que como dominico joven estudiaba y estudiaba a Santo Tomás, y en un momento dado tuvo una gran crisis afectiva, y se planteó ¿es que mi vida va a ser sólo estudiar? Su director espiritual le dijo: Cada noche cuando te vayas a dormir, en vez de hacer examen riguroso simplemente ponte a conversar María como conversabas con tu mamá en tu infancia, ábrele tu corazón, muéstrale tus miserias con una absoluta confianza y te sentirás enormemente confortado. Así lo hizo. Iba en una dirección peligrosa pues se basaba en sus fuerzas. Para nuestra Madre del Cielo jamás dejamos de ser pequeños. Los niños no quieren separarse de su mamá. Estamos bien si estamos muy cerca de Santa María.

Cuando Jesús se dirige a las Bodas de Caná, relata María Valtorta, Jesús dice a sus discípulos: “Vayamos a hacer feliz a mi Madre. No se trata sólo de la felicidad de verme sino de ser Ella la iniciadora de mi actividad de milagros y la primera benefactora del género humano. Mi primer milagro se hizo por María. El primero como prueba de que María es la llave del milagro. Yo no niego nada a mi madre y por su plegaria anticipo también el tiempo de la gracia. Conozco a mi madre, cuya bondad sólo Dios supera. Sé que el haceros un bien es lo mismo que hacerla feliz, porque es ella todo amor. Por esto dije: “Vayamos a hacer feliz a mi madre”. Por otra parte, quise manifestar al mundo su poder junto con el mío (El Hombre Dios I, p.318).

Hay tres frases de la Virgen que no hay que olvidar:

No tienen vino: que confíe en que tú presentas a tu hijo las necesidades de todos tus hijos.

Haced lo que él os diga: danos luz para saber lo que Jesús nos dice y amor para hacerlo.

He aquí a la esclava del Señor: que no tenga otra respuesta para él.

La Virgen adelantó los tiempos en las bodas de Caná. Pedir para que se adelanten los tiempos. La oración ante el Sagrario es un modo de adelantar los tiempos. Cuando comulgamos se adelanta la hora: entra el reino de Dios a ti y al mundo. La gracia es el vino de nuestra vida, es la alegría de nuestra vida. El que reza es una persona esperanzada. El que no espera no reza. La piedad es un don del Espíritu Santo. El campo que da más fruto es el que se roturó, se cultivó y se regó; es un campo trabajado que pide tiempo. La fe, aparentemente débil, es la fuerza del mundo.

Jesús –decía San Ignacio de Antioquía- es “hijo de Dios y de María”. Esta frase, en toda su sencillez, contiene una verdad que da vértigo. María se ve colocada al lado de Dios. María es la única persona que le puede decir a Jesús lo que le dice el Padre desde toda la eternidad: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado”.

San Juan XXIII escribía: “Asemejarse a María significa amar la humildad y la sencillez, la pureza de costumbres y la mansedumbre de palabra, de trato, de corazón, el amor a la casa y al trabajo cotidiano”.

Dice Benedicto XVI que la Virgen es el icono de la Iglesia, por tanto, es el icono de cada alma, señala las características del proyecto de Dios. Es vida, dulzura y esperanza nuestra. Nadie como ella ha anhelado la salvación, y nadie como ella recibe la salvación.

María nos conduce, a través de la comunión con la Iglesia, a su Hijo, a la comunión santa con Dios. Podemos aprender de ella el modo de agradar a Dios.

 
Imagen de Thomas en Pixabay


 

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