Por Rebeca Reynaud
Un filósofo coreano dice que el mal de la época es la prisa. Queremos hacer, hacer, por tanto, hay que cuidar el activismo, ¿cómo se transforma el activismo en amor? Con oración. Que lo que hagamos nos sirva para ir al Cielo.
¿Qué medita la Virgen en su corazón? El misterio de Cristo. De ella podemos aprender muchísimo. ¿Qué pensó cuando no le dieron posada en Belén?… ¿Qué pensó cuando llegaron los reyes Magos?… Pedirle llegar a conocer su desprendimiento, sus alegrías, su paciencia, su amor. Decirle: “Madre, vamos a hacer la oración juntos, vamos a hablar con tu Hijo”.
La vocación la entendemos muy poquito porque es un don de Dios. Lo mismo pasa con las Bienaventuranzas, pero entendemos un poco más si hacemos oración. Jesucristo les explicaba cosas a sus discípulos en sus caminatas. También nosotros vamos a entender más en la oración, si La Virgen María nos explica.
Jesús dice: “Al que más se le perdona es el que más ama”, ¡es palabra de Dios! No tendrá resonancia por más que nos lo expliquen. Lo que nos mueve es que nos lo explique una persona que nos ama.
Los Apóstoles estaban todo el día con Cristo, en diálogo con él. Como nosotros (Mc 9, 30-37). Cristo quiere estar con sus Apóstoles y que nadie lo sepa; quiere la intimidad. Les preguntó: ¿De qué hablaban en el camino? Cuando hay un problema es que no vimos eso en la oración.
Vamos a intentar lo que aconseja San Juan Pablo II: recuperar la historia: acompañar al Señor en el Huerto de los Olivos. Es decir, retomar la ocasión perdida por los hombres hace dos mil años, de consolar a Dios; esto es, traducir a la realidad de hoy aquella invitación ‘¡velad!’ que permanece aún sin ser escuchada”. También para nosotros, entonces, la oración de Getsemaní continúa, y ahora, de la mano de la Virgen.
A veces estamos tan ocupados en la viña del Señor que nos olvidamos del Señor de la viña. La oración es la vida del corazón nuevo, dice el catecismo (n. 2697). El hábito de percibir lo Invisible en lo visible es lo que se llama oración “continua”, plegaria del corazón.
La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer. El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos. Es interesante, en compañía de Nuestra Señora, ver qué se celebra cada día; felicitar al santo del día, encomendarnos a él.
El Señor conduce a las personas por los caminos que Él dispone y de la manera que Él quiere. Cada fiel a su vez, le responde según la determinación de su corazón, pero desea que tomemos cada día más en cuenta a su Madre bendita.
De la vida de oración vemos que se puede clasificar así:
Oración vocal: lo más importante es la presencia del corazón ante Aquel a quien hablamos en la oración. El Catecismo dice que la oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana (n. 2701).
Meditación: es sobre todo una búsqueda. Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo.
Oración contemplativa: es una mirada de amor, es silencio, es escuchar la voz del Amado.
Tienen un rasgo común: el recogimiento de la oración.
La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida de nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo… Es un combate contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración… Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre (n. 2725).
San Bernardo nos aconseja confiar en el Señor: Toda alma, aunque se halle cargada de vicios, envuelta en pecados como entre redes, captada por los deleites, cautiva en su destierro, (…) oprimida de dolores, errante y vagabunda, roída de disgustos, agitada de sospechas (…) aunque se encuentre sumida en la mayor desesperación y se sienta ya como condenada, puede, si quiere, desandar su camino y hallar en sí misma energía suficientes no sólo para respirar con la esperanza del perdón, sino también para atreverse a aspirar a las celestiales bodas del Verbo, contraer la más íntima alianza con Dios y llevar el yugo suave del amor con el Rey de los ángeles. Porque ¿qué no puede emprender con confianza cerca de Aquel de quien sabe que lleva impresa en sí la imagen y semejanza? (Sermón LXXXIII).
San Alfonso escribía: Ante Dios los ruegos de los santos son ruegos de amigos, pero los ruegos de María son ruegos de Madre.





