Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
‘Hoy la Virgen da a luz al Trascendente. Y la tierra ofrece una cueva al Inaccesible. Los ángeles y los pastores le alaban. Los magos caminan con la estrella: Porque ha nacido por nosotros, Niño pequeñito el Dios eterno’ (San Romano Melodo, Kontakion, 10. /Cat Ig Cat 525)
Lo ángeles cantan desde el cielo en la tierra, el primer Gloria: ‘Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’.
El misterio de la Navidad anunciado por los profetas es el acontecimiento más significativo de la Historia: el Dios vivo y verdadero de la eternidad, por el Hijo, se adentra en la historia, para llenar las geografías y los tiempos de su presencia, inmerso en la vida de las personas humanas. Siendo de condición divina tomo una condición humana.
Este Bebé nacido en un rincón de Belén, será el Salvador del mundo.
Santa María y san José, tuvieron que aceptar el misterio y progresivamente lo fueron experimentando, dilucidando y adorando.
Dios omnipotente, ahora desvalido; aquél que era la Palabra, no sabía hablar, solo los balbuceos de un bebé; la inmensidad de Dios, se hace cercana y pequeña; el Creador y Dador de todo bien, ahora necesita de pañales y el calor de la ternura de una Madre.
Quien es el Camino, aprendió a caminar; quien es la Verdad en sí, aprendió de María y José a orar los salmos, a ver los campos llenos de espigas, a tocar las uvas y acariciar a los corderos.
Este Bebé de Belén, Jesús, es la misma Revelación de Dios, Palabra y Acontecimiento de salvación.
Más digna que las riquezas, para Dios es la humilde sencillez del trono del pesebre.
‘El único que no nos humillaba con su grandeza, sino nos hacía grandes con su pequeñez’, como sentencia Martín Descalzo.
El Niño Jesús, Dios de Dios, es el misterio a adorar y a contemplar; es el Acontecimiento que llena nuestros espacios y tiempos; es la Liturgia, el admirable camino para hacer presente con toda la real sencillez de su Nacimiento. Por ella, Dios en verdad es Dios con nosotros, ahora: es el Emanuel.
Adoremos el Misterio de Belén, Jesús. Contemplemos en silencio, la cercanía de Dios Amor; que nuestro corazón sea Belén; que nazca permanentemente en nosotros; que llenemos los espacios y los tiempos con su presencia densa en la Santa Liturgia.
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