Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La búsqueda de la felicidad es inherente a la condición humana. Solo un frustrado o alguien que padece traumas psicológicos, podría negar esta orientación esencial de toda persona humana.

Se puede vivir con la ilusión y el deseo de ser felices en una línea equivocada porque se infravalora esa apetencia de infinito que nada nos puede colmar, pues ‘nuestro corazón estará inquieto hasta no descansar en Dios, suma verdad, suma bondad y suma belleza’, como lo señala san Agustín.

La orientación fundamental para ser felices, es aceptar la palabra, el estilo y las exigencias de Jesús y no sentirnos defraudados por él (cf Mt 11, 2-11); en una palabra, amar como él.

Desafiar nuestro egoísmo y mediocridades; atrevernos a ofrecer el amor de hechos, con la ayuda y cercanía a los pobres, a los marginados, a los enfermos, a los abandonados, a los carente de compañía, a todos aquellos que necesitan nuestra cercanía y apoyo, como lo señala Kierkegaard, que no se trata de hablar de amor sino de las obras del amor. Esto es en la misma línea de san Juan: ‘Hijos, no amemos solo de palabra ni de boca, sino con hechos y según la verdad’ (1 Jn 3, 18).

Erich Fromm, nos pone alerta para no caer ‘en el síndrome de la decadencia’, si omitimos el amor a la vida.

Jesús ama apasionadamente la vida de las personas y busca su redención. Signos de su mesianismo: ‘…los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio’ ( Mt 11, 2-13), como cumplimiento de las profecías mesiánicas (cf Is 35, 5-6; 61, 1).

Dios mismo, ha realizado el misterio de la Encarnación; el Hijo consustancial al Padre ha asumido nuestra condición humana, para salvarnos del mal, se acercado de esta manera inaudita y escandalosa: ser uno con nosotros y para nosotros. Y así como dice Heinrich Böel, la teología del Nuevo Testamento, es la teología de la ternura, siempre curativa, con palabras, con manos, con caricias, con besos, con una comida en común.

Por eso es insustituible el afecto a cada persona, la cercanía y el respeto y la escucha. Nos lo recuerda la interpretación en clave mexica de la mirada de la Virgen de Guadalupe, ´tenacazita’,- mirar por la oreja, que expresa elocuentemente ‘el respeto, la ternura y la protección ante la vulnerabilidad’, y otro tanto en quien porta la imagen, -el teomama, el ángel dosel de la celestial Señora.

La felicidad no consiste en trabajar sin descanso por dinero, el vivir la sola diversión y el placer a toda costa y el andar en la caza de emociones víctimas de paraísos artificiales.

Vale la pena recordar aquella palabra de la santa Madre Teresa de Calcuta, quien vivía la alegría del Evangelio, en contacto con los miserables, con los disminuidos, con los moribundos; ella, como lo sabemos por sus confidencias al jesuita director espiritual, vivió la noche oscura de la fe, -de la cual nos ilustra san Juan de la Cruz y sin embargo, nos ofrecía en su rostro maternal, la sonrisa de Dios. Nos dice: ‘Esperamos con impaciencia el paraíso, donde está Dios, pero ya aquí en la tierra y desde este momento podemos estar en el paraíso. Ser felices con Dios significa: amar como él, ayudar como él, dar como él, servir como él’ ( San Pablo, ‘La alegría de darse a los demás’, 2014).

Solo será feliz aquel que ama, como Jesús ama.

 
Imagen de Happy Camper Camper en Pixabay


 

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