Por P. Fernando Pascual
Diversos programas de inteligencia artificial (IA), como ChatGPT, interactúan con los usuarios de un modo que imita el diálogo humano. Así, los programas ofrecen sus respuestas con añadidos como estos: “¿estás satisfecho? ¿Quieres un texto más elaborado? ¿Te organizo el argumento como si fuera una charla? ¿Preparo una presentación con diapositivas?”
Los usuarios, casi de un modo espontáneo, responden e interactúan con la IA con respuestas propias de un diálogo interpersonal. Así, reaccionan con fórmulas como estas: “Gracias por la respuesta. No me has dicho lo que te pregunté. No hace falta que me ofrezca algo más elaborado. ¿Me puedes indicar las fuentes que has usado?”
Hay quien ha observado un posible peligro en este tipo de interacciones: introducir poco a poco en las personas la idea de que la IA es casi humana, si es que no llega alguno a considerarla más fácil de tratar que a familiares, amigos y compañeros de trabajo.
Para evitar tal peligro, José Sols Lucia, en un artículo de 2021 que luego recogió en un libro de 2024, ofrecía la siguiente recomendación: “Nunca los robots deberán ser tratados como personas, ni siquiera como semi-personas. Son solo máquinas, sistemas informáticos o constructos técnicos, nada más” (José Sols Lucia – María Elizabeth de los Ríos Uriarte, Bioética de la inteligencia artificial, San Pablo, Madrid 2024, p. 178).
Para alguno tal recomendación podría ser excesiva. Cuando uno responde a un programa de IA, ya sabe que está interactuando con una “máquina” que sigue algoritmos muy potentes.
Pero la recomendación surge desde una interesante observación sobre el uso de las palabras. Lo que decimos, lo que escribimos, influye de modo más o menos consciente en nuestros modos de pensar y de sentir, hasta el punto de que el uso continuo de palabras y expresiones que imitan un lenguaje interhumano lleva a suponer que “del otro lado” de la pantalla no hay solo IA, sino una especie de ser personal.
Por eso, cuando formulamos preguntas y cuando respondemos a un programa de IA, puede ser oportuno evitar expresiones como estas: “¿me puedes explicar la diferencia entre catarro y gripe? ¿Sabes las últimas investigaciones sobre vacunas? ¿Qué piensas sobre la energía eólica?”
Igualmente, habría que evitar dar las gracias, o corregir con dureza a la IA con expresiones del tipo: “no me has dicho lo que te pregunté. Estás desactualizada. ¿Puedes ir más a fondo?” Esos y otros modos de responder a la IA nos afectan, incluso sin darnos cuenta, en nuestro modo de imaginar “quién” estaría al otro lado de la pantalla.
En resumen, preguntar y responder a la IA no es algo que podemos llevar a cabo con interacciones que imitan una conversación humana. Conviene tener siempre presente que una máquina es una máquina, y que solo merecen nuestro respeto (incluso nuestro amor) seres humanos que quizá no respondan con tanta precisión, o que en ocasiones nos tratarán con poca finura, pero que tienen un alma espiritual y un destino eterno como el nuestro.





