Por Marta Morales

Es un tema apasionante por lo que nos puede enseñar. Los resentimientos llevan a la amargura y a compartirla a su alrededor. Cuando se padece una ofensa, abandono, rechazo, desamor o injusticia, esta herida se va a convertir en ira o en dolor. Del odio a la amargura hay un paso muy pequeño. Nadie puede ser feliz si guarda resentimientos en el corazón.

La amargura es ese sentimiento duradero de dolor. El resentimiento es un veneno que arrasa con el amor y, si el amor desaparece, somos nada. El resentido alimenta pensamientos obsesivos y vengativos, lo que conduce a una enfermedad espiritual, aunque, aparentemente esa persona esté sana.

El resentido está lleno de culpas y se ama más a sí mismo que a Dios. No se perdona a sí mismo ni a los demás lo que supuestamente le hicieron. Va caminando lleno de hostilidad hacia el grupo o hacia otra persona; la hostilidad es un grado profundo de amargura. El resentido va cargado de ira por algún acontecimiento que le hizo daño, así que se enfurece, luego llega a la desconfianza y a la sospecha. Cree que todo mundo le quiere hacer daño. Siente malestar cuando no alcanza un logro deseado.

Se piensa que fue víctima y tratada de manera injusta por alguien. Y esto es apenas el comienzo. Al recordar un hecho del pasado, se enoja. La mente no distingue entre la realidad y la imaginación; se vuelve a recrear ese hecho doloroso, y esto lleva al enojo y a la frustración. El amargado se siente atrapado a un recuerdo.

El resentimiento es un odio y temor no expresado. No se es capaz de enfrentar a la persona que provocó ese enojo. Como la mente no descansa se alimentan sentimientos negativos.

Este “veneno” influye en el cuerpo y en el alma. A lo mejor le hicieron una injusticia que genera sentimientos de venganza. El amargado le echa la culpa a los demás de lo que es culpa suya. No se tiene la capacidad de enfrentar o de evitar a esa persona.

Piensa que ha dado todo y nadie corresponde, lo cual le frustra, siente que le falta reconocimiento de los demás. También siente que lo que logra no es suficiente y que los demás le hacen sentirse inferior. Empieza una toxicidad profunda y termina en un círculo vicioso: “Te perdona, te odia, sospecha y volvemos al perdón”. Esto lleva a una profunda insanidad que lleva a relaciones tormentosas, violentas y venenosas. No queda otra cosa que auto conmiserarse, y se va victimizando. ¿Qué se pretende? Ser víctima. Puede pasar veinte años sintiéndose víctima y se anestesia.

Los resentimientos llevan a la enfermedad espiritual, a la infelicidad. Por eso necesitamos entenderlos y tener armas para salir de ellos. Aquí se deja de creer en Dios, y se empieza a reclamar a Dios, y se va alejando de Él. Se empieza a creer en la brujería, la Santa Muerte o en las cartas. Pone su vida en manos de personas que no siempre le ayuda, y esto porque no le creyó a Dios.

¿Cómo se manifiestan los resentimientos? La persona resentida habla de modo degradante de otras personas, porque quizás no las conoce bien o no las valora. Eso puede llevar a una tristeza profunda.

El resentido vive insatisfecho porque no ama, no da, no comparte, no es generoso, no piensa en hacer felices a los demás. El iracundo existe a través de los gritos.

Piensa: ¿Quién no te vio? ¿Para quién fuiste invisible? Pregúntate: ¿Qué he hecho para existir? ¿Para quién existo y para quién no existo? El diagnóstico es vital para sanar.

Dice San Pablo: “Alejen de ustedes toda amargura, ira, indignación, griterío o blasfemia y cualquier clase de malicia. Sean, por el contrario, benévolos, compasivos, perdonándose mutuamente como Dios los perdonó en Cristo” (Efesios 4, 31-32).

¿Cómo salir de los resentimientos?

Hay dos válvulas de escape: el reclamo y la venganza. Y luego viene una tercera válvula.

Pasos para hacer un reclamo: Hay que procesar el reclamo de modo que sea positivo, para eso, hacerlo en privado, en un momento de calma y la otra persona dispone de tiempo, empezar por lo positivo (el que está mal soy yo, necesito aclararme), con amabilidad. Y antes, pedirle luces al Espíritu Santo.

Hay que pensar: ¿Qué pasó? Anotar los hechos para que la otra persona me entienda. ¿Qué piensas de la persona que te hirió? Sucede a veces que una persona está resentida porque su padre fue vicioso o irresponsable. Hay que identificar qué pasa con nosotros para así poder sanar. Cuando lo entendemos, lo aceptamos y lo damos a Dios, así la vida se transforma. Hay que detecta qué sucedió que generó el resentimiento, y hay que hacerlo a partir de la infancia. Podemos estar resentidos por ciertos principios o códigos morales. Cuando no se trabajan los resentimientos, se culpa a otro de la propia ira o del fracaso personal, y entonces la persona se siente víctima.

El orgullo clama venganza. Cuando cobramos venganza entramos a un círculo vicioso, y la venganza irá en aumento. La venganza es un camino equivocado. Si te vengas, ¿dónde queda la paz? Jesús propone una solución: Si perdonas el mal hecho, tu Padre Dios te perdonará, pero si no perdonas, tampoco tu Padre te perdonará tus pecados (Mateo, 6, 14-15). Perdonar es el alma más poderosa para lograr la libertad; al perdonar reparamos lo que está roto dentro de nosotros. Mientras más perdonemos más sanaremos. Perdonar no es un sentimiento, es una decisión (Taller del Buen Samaritano).

Jesús vino para amarte y reparar tu corazón roto.

Imagen de Victoria en Pixabay


 

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