Por  Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La familia debe de ser comunión de personas, -communio personarum, imagen de la comunión de las personas divinas, es decir, la unidad de la esencia divina única e irrepetible y la trinidad de las personas, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La paternidad es la relación del Padre al Hijo, y constituye la persona del Padre; la filiación es la relación del Hijo al Padre, y constituye la persona del Hijo; la mutua relación de amor entre el Padre y el Hijo, constituye la persona del Espíritu Santo.

Por eso la imagen de la Santísima Trinidad es la familia; este misterio divino es el prototipo de la familia. El papá y la mamá reflejan a través de la procreación y la educación, a Dios a Dios Amor y a Dios Creador.

Así podremos valorar y contemplar la admirable Familia de Nazaret, Jesús, María y José.

El Papa san Pablo VI, nos orienta con su enseñanza sobre la Sagrada Familia. Nos dice:

‘Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. (…) Su primera lección es el silencio. Como desearíamos que se renovaran y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu tan necesario para nosotros. (…) Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable. (…) Finalmente aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del “hijo del Artesano”: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente’ (Homilía del 5 de enero de 1964; Cat Ig Cat 533).

El Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática Lumen Gentium (nº 35) afirma: Los cónyuges ‘son testigos, el uno para el otro y ambos para sus hijos, de la fe y del amor de Cristo.

El Papa san Juan Pablo II nos repite con frecuencia que el bien de la persona y de la sociedad está íntimamente vinculado a la ‘buena salud’ de la familia.

La familia cristiana, a ejemplo de la Santísima Virgen María y de san José, pueden ofrecer su afecto tierno, serio y responsable a Jesús Nuestro Señor y así el poder experimentar su presencia amorosa.

En ese amor a Cristo se tiene que descubrir e inspirar a belleza del amor humano, del matrimonio y de la familia.

El amor conyugal constituye una unión indisoluble entre un hombre y una mujer, para que la vida humana sea protegida, desde su inicio hasta su fin naturales.

Trabajar por la grandeza del matrimonio y por la grandeza de la familia, es trabajar por la grandeza de la persona humana en particular y por la grandeza de la sociedad en general.

Jesús, María y José, comunión amorosa de personas, son modelo e intercesores para nuestra vida familiar y de comunidad eclesial.

 
Imagen de Jill Wellington en Pixabay


 

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