El Papa Francisco hizo una visita privada al Centro Astalli de Roma, sede italiana del Servicio Jesuita para los Refugiados; visita con la cual «reitera la cercanía del Papa a una de las periferias existenciales –como destacó él mismo en la isla italiana de Lampedusa– nacida de la cultura del bienestar, que nos hace insensibles a los gritos de los demás, nos lleva a la globalización de la indiferencia».

No tener miedo a las diferencias

En su alocución ante medio millar de refugiados, les recordó que muchos de ellos traen consigo «una historia de vida que nos habla de los dramas de las guerras, de los conflictos, a menudo vinculados a las políticas internacionales; pero sobretodo cada uno de ustedes trae una riqueza humana y religiosa, una riqueza para acogerla, y no para temerla. Muchos de ustedes son musulmanes, de otras religiones; han venido de diferentes países, de situaciones diversas. ¡No debemos tener miedo de las diferencias! La fraternidad nos hace descubrir que son un tesoro. ¡Son un regalo para todos! ¡Vivamos la fraternidad!»

El Papa reconoció el trabajo que hacen instituciones como el Centro Astalli, «que se ocupan en acoger a todas estas personas con un proyecto». Y les alentó a continuar con su trabajo: ¡Mantengan siempre viva la esperanza! ¡Ayuden a recuperar la confianza! Demostrar que con la acogida y la hermandad se puede abrir una ventana en el futuro; más de una ventana, diría una puerta, ¡y más aún si se puede tener un futuro!»

Servir, acompañar, defender

El Santo Padre también recordó la figura entrañable y el legado espiritual del Padre Arrupe, el jesuita, Prepósito General de la Compañía de Jesús, que en 1981, fundó el Servicio Jesuita para los Refugiados; cuyo programa de trabajo se resume en: «Servir, acompañar, defender».

El Papa señaló que «para toda la Iglesia es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no sean confiadas solo a los «especialistas», sino que sea una atención de todo el trabajo pastoral, de la formación de los futuros presbíteros y religiosos, del compromiso normal de todas las parroquias, los movimientos y grupos eclesiales».

También insistió en que «es un deber cristiano tratar al hermano que llega con atención, atraerlos de la mano, sin cálculos, sin miedo, con ternura y comprensión, como Jesús se inclina para lavar los pies de los apóstoles», continuó el pontífice, quien insistió en que «cada refugiado aporta una riqueza humana y religiosa, una riqueza que no hay que temer».

Poner los conventos al servicio de los pobres

En su mensaje, el Papa se dirigió a los religiosos y religiosas que poseen conventos que ahora están ya vacios y los exhortó a ponerlos al servicio de los más pobres, compartiendo lo que la Providencia de Dios les otorga: «El Señor nos llama a vivir con más coraje y generosidad la acogida en las comunidades, en las residencias, en los conventos vacíos…»

Y puntualizó que es preciso «superar la tentación de la mundanidad espiritual para estar cerca de la gente común, y sobre todo de los últimos. ¡Necesitamos comunidades solidarias que vivan el amor de manera práctica!»

 

 

 

 

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