Por Gilberto Hernández García /

Entrevista con Juan Orellana, director del Departamento de cine de la Conferencia Episcopal Española

Pantalla 90.es  es la adaptación a internet de una emblemática y combativa revista impresa fundada en los años ochenta por la Conferencia Episcopal Española. El cambio tecnológico y la necesidad de ir más pegados a la actualidad los llevó a abandonar el papel en favor del formato digital hace un par de años.

Nació con la intención de ofrecer un criterio sobre el cine de estreno basado en los parámetros de una visión cristiana de la vida, además de ser un punto de referencia fiable y razonable para los católicos. El Observador platicó con Juan Orellana, director de este proyecto.

Me parece que Pantalla 90 no se reduce a sugerir cuál película ver o cuál no, ¿Cuál es el objetivo de Pantalla 90?

Pantalla 90 nació vocacionalmente contra la censura. Supuso el fin de la censura. Jamás se dice «este film sí, este no». Hacemos crítica de cine, como cualquier revista de cine, con unos criterios propios… como cualquier revista de cine. Nuestros criterios nacen de la experiencia cristiana. Luego, el lector, ejercita su razón y su libertad frente a las películas y decide sí va a verla o no, o si deben verla sus hijos o no. Esa es la responsabilidad de los padres, no de una instancia «superior» que les ahorre el ejercicio de su responsabilidad de educadores.

¿Quién está detrás del proyecto Pantalla 90?

El responsable último es el director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal. Luego está un Jefe de redacción que hace de webmaster y que coordina a todos los colaboradores; estos son críticos de cine y profesores universitarios; la mayoría escribe en otros medios o trabajan en ámbitos cinematográficos. Todos ellos comparten una visión cristiana, aunque cada uno lo vive desde temperamentos y sensibilidades eclesiales muy distintas.

¿Por qué es importante el cine, al grado que la Conferencia Episcopal Española le dedique este recurso en internet?

El cine es el arte comunicativo de los tiempos modernos. Es un gran espejo donde el hombre contemporáneo se mira y trata de comprenderse. Es una forma excepcional de expresar las grandes cuestiones, los sueños, los dolores, las esperanzas, la nobleza,… las dimensiones del corazón del hombre. Por eso la Iglesia siente un interés fascinado y profundo por el cine, y es consciente de todo el bien que el cine puede hacer a las personas. Ciertamente también puede hacer mucho mal, pero es más interesante buscar y difundir el buen cine, que quedarse en denunciar el mal cine.

¿Hay una «espiritualidad» del cine? ¿En qué se manifiesta?

Por supuesto que existe. El cine es un instrumento excelente para expresar lo intangible de la condición humana. Y no nos referimos sólo a películas «espirituales» como El gran silencio, sino a cualquiera que exprese la huella divina en lo humano. Así, Gran torino es una película espiritual, como The Visitor, Crash, Babel o Bella. Son espirituales porque muestran que el hombre está hecho a la medida del Infinito, que es algo más que un cúmulo de reacciones bioquímicas. Estas películas, cuando están bien hechas, como las arriba citadas, humanizan al espectador, le hacen sentirse orgulloso de ser hombre, le hacen consciente de su nobleza.

¿Qué le aporta el cine contemporáneo a los espectadores?

Una conciencia de la urgente necesidad de redención, de experimentar un abrazo que acoja todas nuestras angustias y oscuridades, la necesidad de que haya alguien que responda a nuestro dolor, como reza la canción de Antony and the Johnsons que cierra la película La princesa de Nebraska. En este sentido, películas como las citadas más arriba, más otras muchas que se estrenan cada año, son películas profundamente religiosas, aunque no lleguen a citar a Dios.

¿Qué debe llevar un católico al cine, cuando se dispone a entrar al mundo que le ofrece un filme?

Un católico debe buscar en el cine lo mismo que cualquier hombre que sea serio consigo mismo: la belleza de la verdad. Es decir, el espectador debe exigir que las películas sean leales con la experiencia humana, y que no estén al servicio de opciones ideológicas de cualquier signo. Que sean sinceras, y no manipuladoras, que le hablen de experiencias verdaderas y profundas, independientemente del género cinematográfico que se utilice. Tan verdadera es Moulin Rouge como Ordet o Centauros del desierto. No es un problema de género, sino de profundidad antropológica en la mirada.

Hay películas marcadas como «anticatólicas» (Pienso en “Código DaVinci” o en “Ángeles y demonios, o algunas que explotan morbosamente «los secretos oscuros» de la Iglesia, o que caricaturizan la fe, a los ministros, etcétera) ¿Qué postura debemos tomar ante estos filmes?

Los ejemplos que me propone son ejemplos de películas malas, con guiones deficientes y carentes de verdadera emoción. La postura que se debe tomar es la que se toma ante una mala película: aparcarla e ir a buscar una buena. Si encima esas películas mienten sobre hechos históricos o los manipulan o levantan falsos testimonios, habrá que hacer saber a la opinión pública que a la mala calidad del film se añade la falacia intencionada. Pero insisto, lo mejor es dedicar la energía crítica a las películas que merecen la pena y no entretenerse demasiado con subproductos ávidos de taquilla fácil.

 

 

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