«¿Cómo rezamos, nosotros? ¿Rezamos así, por costumbre, piadosamente pero tranquilos, o nos implicamos nosotros con valor, ante el Señor, para pedir la gracia, para pedir aquello por lo que rezamos?», cuestionó el Papa Francisco esta mañana en su acostumbrada homilía en la Capilla de Casa Santa Marta.

Con la parábola «del amigo inoportuno», que consigue lo que desea gracias a su insistencia, el Papa señaló que «debemos ser valientes y descubrir cuál es la verdadera gracia que se nos da, es decir, Dios mismo».

El Santo Padre expresó que «una oración que no sea valiente no es una verdadera oración. El valor de tener confianza en que el Señor nos escuche, el valor de llamar a la puerta… el Señor lo dice: ‘Porque el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre’. Pero hace falta pedir, buscar y llamar».

«Nosotros, ¿nos implicamos en la oración?¿Sabemos llamar al corazón de Dios?». En el Evangelio, Jesús dice: «Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!». Esto – afirma el Papa – «es algo grande»:

«Cuando rezamos con valentía, el Señor nos da la gracia, pero también se da él mismo en la gracia: el Espíritu Santo, es decir, ¡Él mismo! Pero el Señor nunca da o envía una gracia por correo: ¡nunca! ¡La trae Él! ¡Él es la gracia! Lo que nosotros pedimos es un poco como [se ríe] … es el papel que envuelve la gracia. Pero la verdadera gracia es Él, que viene a traérmela. Es Él. Nuestra oración, si es valiente, recibe lo que pedimos, pero también lo que es más importante: el Señor».

En los Evangelios – observó el Papa – «algunos reciben la gracia y se van»: de los diez leprosos curados por Jesús, sólo uno vuelve a darle las gracias. También el ciego de Jericó encuentra al Señor en la curación y alaba a Dios. Pero es necesario rezar con el ‘valor de la fe’ – insiste – que nos empuja a pedir también lo que la oración no se atreve a esperar: es decir, a Dios mismo.

«Nosotros pedimos una gracia, pero no nos atrevemos a decir: ‘Pero ven Tu a traérmela’. Sabemos que una gracia siempre es Él quien la trae: es Él el que viene y nos la da. No hagamos el ridículo de tomar la gracia y no reconocer a Aquel que nos la trae, a Aquel que nos la da: el Señor. Que el Señor nos de la gracia de dársenos a sí mismo, siempre, en cada gracia. Y que nosotros le reconozcamos, y que le alabemos como esos enfermos curados del Evangelio. Porque hemos encontrado, en esa gracia, al Señor».

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