Por Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Tehuacán /
Seguimos celebrando el Año de la Fe y a punto de su clausura, la cual será el domingo 24 de noviembre, Fiesta de Cristo Rey. En el contexto del Año de la Fe, el próximo domingo, 20 de octubre, celebramos la Jornada Mundial de las Misiones.
Recibimos de Dios el don de la fe en el bautismo. Por parte nuestra es importante hacernos conscientes de este don, acogerlo con gozo y estar dispuestos a compartirlo. Dios nos quiere como colaboradores para que el don de la fe llegue a todos. Con ello no pretendemos sostener un criterio proselitista, de reclutamiento, sino compartir la convicción de que Cristo es un don para todos. Esto es lo que significa participar en el espíritu misionero, esencial para quien es discípulo de Jesucristo.
Este espíritu se vivió con intensidad y profundidad en Aparecida: todo bautizado es discípulo misionero de Jesucristo. “En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio… Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.” (DA 29).
Por eso Aparecida nos lanza a una pastoral con sentido misionero: “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás.” (DA 360). “Asumimos el compromiso de una gran misión en todo el Continente, que nos exigirá profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un discípulo misionero… La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente.” (DA 362).
El Papa Francisco, recordando al Papa Benedicto XVI, nos dice que “el impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial” (Ex. Ap. Verbum Domini 95).
En el proceso parroquial-decanal-diocesano hacia el Tercer Plan de Pastoral, no puede estar ausente el espíritu misionero. Conscientes de una realidad marcada por luces y sombras, por ejemplo hay mejor nivel de vida de muchos en variados aspectos, pero junto a miseria de muchas familias; hay creciente aprovechamiento de muchos en los avances científicos, técnicos y tecnológicos, frente a marginación de muchos otros; hay situación de crisis, de violencia e inseguridad en que muchos viven holgada y abusivamente a costa de otros que son víctimas; frente a esta realidad de claroscuros, difícil y dolorosa para muchos, que puede ir creando malestar, desesperación y afán de resolver las cosas de manera violenta y brusca, el Papa Francisco nos convoca a no dejarnos robar la esperanza, a ir a las periferias, a que los pastores nos acerquemos a los demás, tengamos olor a oveja. En una palabra, a que habiendo encontrado en Cristo el sentido de nuestra vida, así lo transmitamos a los demás.
Vivir el espíritu misionero es salir de nosotros mismos para compartir a otros el testimonio de nuestra fe en Cristo.
Espero que sacerdotes, religiosas y laicos estén aprovechando el material que se nos ha distribuido sobre el libro de trabajo DOMUND 2013. Más allá de la celebración de dicha Jornada, sugiero otros aspectos concretos: que los sacerdotes se organicen para que grupos de laicos vayan a las periferias de la propia parroquia; también que haya intercambio de grupos de laicos, de modo que vayan en espíritu misionero a parroquias diferentes a la propia, sea del mismo decanato e incluso de otro decanato; más aún, aunque estamos limitados en número de sacerdotes y fieles laicos comprometidos, anhelo que como Diócesis nos organicemos y ofrezcamos apoyo estable de sacerdotes y laicos a otras Diócesis más necesitadas.
Quien sale de sí mismo y va a otros ambientes no usuales a su vida ordinaria, ciertamente ofrece mucho, pero también aprende mucho. Esto nos hace conscientes de nuestros propios valores y también de los valores de otros y que nos hacen falta.
Que la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones sea una meta que marque el crecimiento de nuestro espíritu misionero; también sea el punto de partida para nuevas metas: Cristo ha venido a salvarnos a todos y con su muerte en la cruz y su resurrección nos da vida nueva.