Por Jorge E. Traslosheros H. /
El Papa y sus reformas levantan entusiasmo dentro y fuera de la Iglesia. No sólo por su novedad, también por la continuidad con sus predecesores y el Concilio. Poca sorpresa, la resistencia aprovecha la incertidumbre que, de manera natural, se genera.
La prensa “progre” se ha empeñado en crear la imagen de un Papa de ruptura, progresista, que actualizará a la Iglesia en el mundo moderno. Lo que realmente quieren decir es que cumplirá con la agenda de cierto liberalismo muy venido a menos, portador de la cultura del descarte, cuyos líderes del momento serían Obama y Hollande. Que lo digan no es problema. Cautivados como están por el carisma de Francisco resulta lógico que se generen expectativas. Lo importante es que se abran puertas al encuentro. Francisco ha marcado el camino y, por ejemplo, en México don Ramón Castro, obispo de Cuernavaca, sigue sus pasos.
Lo que resulta perverso es cómo se aprovechan de esta imagen para atacar al Papa quienes se resisten a las reformas. Recorren las redes sociales, usan blogs, se dirigen a Francisco con lenguaje edulcorado y siembran incertidumbre al empatar sus argumentos con los dichos “progres”. Sugieren que, si los anticatólicos de siempre lo dicen, entonces debe ser cierto.
Su intento es tramposo y burdo. Resulta sospechosa la total credibilidad que ahora otorgan a la prensa “liberal”, cuando se refiere al Papa, siendo que por lo regular la acusan de tergiversar la nota eclesiástica, en ocasiones, no sin razón. Algún día soñaron con el asalto al poder durante los años de enfermedad de Juan Pablo; pero tuvieron que emprender rencorosa retirada con la llegada de Benedicto. Su intención no ha cambiado desde hace cincuenta años. Quieren sabotear las reformas que los católicos vivimos con tanto entusiasmo, aunque nos generen broncas y nos muevan el piso. Una fe comodina es un oxímoron.
El Papa nunca se ajustará a la falsa imagen promovida por estas personas. No lo hará por la sencilla razón de que es Católico, es decir, universal, sin compromisos con geometría o corrección política alguna.
Francisco es muy ortodoxo. Sus fuentes son el Evangelio, el Concilio, Aparecida y el magisterio de la Iglesia con preferencia por Ratzinger. Está en las antípodas de la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia. Les fustiga sin tregua, siempre del lado de migrantes, jóvenes y ancianos, de los pequeños en el seno materno y también de sus madres; se duele de la crisis de la familia y del matrimonio, clama por justicia, denuncia la idolatría del dinero. Llama al diablo por su nombre.
A los católicos nos sacude, nos pide salir del confort, abandonar moralismos y dar prioridad al anuncio de Cristo para dialogar y acudir a las periferias ahí donde vivimos y trabajamos. Nos llama a la misericordia para reconocer en nuestro prójimo las llagas de Cristo.
Sabe que la Iglesia es un hospital de campaña y quiere mucho más de Ella. Hay miles de heridos en la guerra que la cultura del descarte ha emprendido contra la humanidad y la razón. La Iglesia debe curar sus heridas, ponerlos en pie, dignificarlos. Lo dijo en Brasil: “sin misericordia hay poco que hacer hoy para insertarse en un mundo de heridos que necesitan comprensión, perdón y amor”.
Francisco es en lo pastoral lo que Ratzinger fue en lo teológico. Es incómodo y por eso lo atacan. No hay marcha atrás. La reforma va.
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