Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM |
24 de octubre
Hoy celebramos la memoria del Patrono de los Obispos de México: san Rafael Guízar Valencia, nacido en Michoacán, diócesis de Zamora, en 1878, y educado de tal modo en la fe por sus padres, que pudo enfrentar con esperanza la muerte de su madre, cuando tenía nueve años. La vida cristiana de su familia y la formación que recibió en la escuela de su Parroquia y en el colegio de los padres jesuitas, le permitieron escuchar la llamada de Dios, que lo invitaba a participar del sacerdocio único de Cristo, para servir a la Iglesia y a toda la gente.
Así, en 1891 ingresó al seminario. Ordenado sacerdote en 1901, fue enviado como misionero a Zamora y a diferentes regiones de México. Su labor tuvo tales frutos que en 1905 fue nombrado Misionero Apostólico y director espiritual del seminario de Zamora. Para ayudar a una evangelización eficaz, publicó el Catecismo de la doctrina cristiana. Ante la terrible e intolerante ola persecutoria que se desató en el país, el P. Guízar respondió con creatividad fundando en la ciudad de México un periódico religioso, que fue clausurado por los revolucionarios, quienes comenzaron a perseguirlo a muerte.
San Agustín decía: “El que huye dejando al rebaño de Cristo sin el sustento espiritual que necesita es un mercenario que ve venir el lobo y huye, porque no ama a las ovejas”. Con esta convicción, el P. Guízar, que se vio obligado a vivir sin domicilio fijo y a sufrir toda clase de peligros, no dejó que las circunstancias lo arrastraran; pidiendo la ayuda divina en la oración, buscó con creatividad la forma de servir a sus fieles predicando la Palabra de Dios, celebrando los sacramentos, confortándolos y atendiendo a los enfermos y moribundos. Para ello se disfrazaba de vendedor de baratijas, de músico, de médico homeópata.
Pero sus perseguidores estaban cada vez más cerca de capturarlo y matarlo. Ante este peligro, fue enviado a Estados Unidos y a Guatemala, donde continuó su servicio misionero con tal eficacia, que fue invitado a predicar misiones populares en Cuba, donde dio testimonio de caridad atendiendo a las víctimas de la peste en 1919. Estando ahí, ése mismo año fue nombrado Obispo de Veracruz, diócesis de la que tomó posesión en 1920, y que recorrió haciendo de sus visitas verdaderas misiones y obras de asistencia a los damnificados de un terremoto que había provocado destrucción y muerte.
Hombre de oración y penitencia, Monseñor Guízar proclamaba la Palabra de Dios y celebraba los sacramentos en las parroquias. Pasaba horas en el confesionario escuchando a los fieles. Ayudaba con tal generosidad a los pobres, favoreciendo su promoción integral, que la gente lo llamaba “Obispo de los pobres”.
“A un obispo le puede faltar mitra, báculo y hasta catedral –decía–, pero nunca le puede faltar el seminario, porque del seminario depende el futuro de su diócesis”. Con esta convicción, rescató y renovó el viejo seminario de Jalapa, que había sido confiscado en 1914. Pero tan pronto terminó la renovación del edificio, el gobierno se lo incautó otra vez. Entonces, trasladó la institución a la ciudad de México, donde funcionó clandestinamente durante 15 años. Fue el único seminario que estuvo abierto durante esos años de persecución.
De los dieciocho años como Obispo, nueve los pasó en el exilio o huyendo porque lo buscaban para matarlo. Sin embargo, escuchando las palabras del ángel: “¡No tengan miedo!” (Mt 28, 5), se llenó de tal valentía, que fue capaz de presentarse ante uno de sus perseguidores para ofrecerse como víctima a cambio de la libertad de culto. “Daría mi vida por la salvación de las almas”, exclamaba con frecuencia.
En diciembre de 1937, mientras predicaba una misión en Córdoba, sufrió un ataque cardíaco que lo postró en cama, desde donde siguió sirviendo a su diócesis celebrando diariamente la Santa Misa, orando, ofreciendo sus sufrimientos, guiando a los fieles y a los seminaristas, hasta su muerte el 6 de junio de 1938 en la ciudad de México. Al día siguiente sus restos mortales fueron trasladados a Jalapa, donde una multitud los recibió con gran amor y devoción.
Proclamado santo en 2006, es el primer obispo de Latinoamérica canonizado. De él, Benedicto XVI afirmó: “Imitando a Cristo pobre se desprendió de sus bienes y nunca aceptó regalos de los poderosos, o bien los daba enseguida. Por ello recibió «cien veces más» y pudo ayudar así a los pobres, incluso en medio de persecuciones sin tregua (cfr. Mc 10, 30)… Que el ejemplo de san Rafael Guízar Valencia sea un llamado para los obispos y sacerdotes a considerar como fundamental en los programas pastorales, además del espíritu de pobreza y de la evangelización, el fomento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y su formación según el corazón de Cristo”.
“La nueva evangelización –decía Juan Pablo II– en la cual está comprometida también la Iglesia en América, encuentra en figuras como Rafael Guízar Valencia, un modelo a seguir… aún en medio de situaciones difíciles”.
Que en esta época estupenda y dramática que nos ha tocado vivir, el ejemplo y la intercesión de san Rafael Guízar Valencia sea impulso para obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas, fieles laicos y hombres y mujeres de buena voluntad, de modo que, confiando en la ayuda de Dios y de Santa María de Guadalupe, contribuyamos con amor y creatividad en la construcción de un México mejor para todos.