Reseña de un artículo del padre Juan Manuel Galaviz Herrera, SSP |
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“Cuando hayas sentido y amado lo que este libro pretende hacerte amar y sentir, levanta tus ojos y mira a tu alrededor… Examina el Oriente y el Ocaso: escudriña el Mediodía y el Septentrión […] Y doquiera descubras que un pueblo o una raza, o una casta o una tribu, agoniza en el tormento, vuela hacia allí y revela a las víctimas el dogma sagrado de las resistencias heroicas”.
Con estos dos párrafos firmados en Amsterdam el año de 1928, presenta Jorge Gram –seudónimo del canónigo duranguense David G. Ramírez– su más conocida novela, Héctor, un válido intento de epopeya moderna basada en los sucesos históricos que calificamos como “resistencia cristera”.
Tres notas positivas se pueden adjudicar a esta novela: su valentía pues encara sin reticencias la responsabilidad de quienes, con su clerofobia y furor persecutorio provocaron la resistencia armada de muchísimos católicos, y el consecuente derramamiento de sangre; su veracidad porque el autor traspone en términos novelísticos, episodios que fueron una palpitante realidad en el período de la lucha cristera, de 1926 a 1929; su agradable estilo, un tanto tradicional, es cierto, pero no por ello menos apreciable.
El héroe protagonista, Héctor, está trazado con líneas vigorosas. No alcanza literariamente hablando, la dimensión de los personajes-mito, pero si llega a encarnar con eficacia el símbolo de las “resistencias heroicas”. Héctor es representante de una juventud virtuosa y creyente capaz de poner sus bríos al servicio de una causa elevada y justa.
Figuras sacerdotales
Tres figuras sacerdotales que participan en los acontecimientos narrados en la novela, son muy distintas una de otra y revelan diferentes posturas frente a los hechos:
En el padre Martín vamos a ver la imagen de un sacerdote que, a pesar de su fidelidad en el ministerio, se muestra cobarde y aburguesado, contrario a la Liga de Defensa Religiosa, exclusivamente por una interesada prudencia humana que acabará por ser su ruina.
En el padre Andrés Posada, veremos representada la tesis pacifista: partidario hasta el final de una actitud paciente ante la violenta agresión a la libertad religiosa, a la hora de su martirio modifica su propia visión de las cosas y se declara culpable de no haber apoyado la legitimidad de una defensa armada; en este viraje se perfila ya la tesis que el autor desarrolla abiertamente y que encontraremos encarnada en el instruido y animoso padre Gabriel Arce.
El padre Martín. Jorge Gram nos presenta la figura de un sacerdote conformista y convenenciero, pusilánime y diplomático. Un sacerdote como éste, que no ve mucha distancia entre ministerio y vida de sociedad, es normal que se oponga a cualquier movimiento que signifique peligro para su postura cómoda y su aparente prestigio entre las familias adineradas. El fervor con que defiende los intereses del rico Soberón, se vuelve acritud y desprecio para el movimiento cristero cuando Héctor solicita de él una intervención, una palabra de apoyo.
El padre Andrés Posada. “Fácil para reír como para regañar, conservaba en todas sus lunas un fulgurante corazón de oro, única riqueza de que no se despojaba, a pesar de su inaudito desprendimiento”. Tal era el padre Andrés Posada, cura de Paracho, Michoacán. Al igual que el padre Martín, se declaraba pacifista, pero sus motivos eran muy distintos.
No es cobardía sino caridad lo que mueve a este sacerdote pobre y abnegado a preferir una radical interpretación del Evangelio, donde suena muy claro aquello de “devolver bien por mal” o de “abofeteados, presentar la otra mejilla”.
Al autor le interesa que su novela sea, además de testimonio histórico, apología de la resistencia armada, entendida como legítima defensa y justificada por la razón y la Revelación. Por eso, antes de narrarnos el injusto apresamiento del padre Andrés, nos presenta al sacerdote sacudido por la duda, aguijoneado por el filial reproche que le hace su compadre Anzures, y finalmente deslumbrado por la claridad que encuentra en un pasaje bíblico: capítulo III del primer Libro de los Macabeos, versículos 58-60.
El padre Gabriel Arce. El autor nos lo presenta como un sacerdote con dos “eses”: santo y sabio. Así lo reconocen las gentes entre las cuales desempeña su ministerio, en plena atmosfera de persecución religiosa.
Para Héctor, el héroe de la novela, el encuentro con el padre Gabriel es determinante. Si algo le quedaba de titubeos antes de levantarse en armas, tales dudas se desvanecen tras la primera entrevista que tiene con el sacerdote. En el capítulo XXIV está condensada la tesis de Jorge Gram, en boca del padre Gabriel:
“Recurso pacífico no queda ninguno, absolutamente ninguno. Y como los ciudadanos católicos no están obligados a tender sus cuellos bajo la cuchilla, y el cuello de sus esposas y de sus hijos, y el de la sociedad, y el de la Iglesia, y el de la patria, por eso, yo, como sacerdote, como moralista, y como sociólogo, afirmo y sostengo, sin dubitación ninguna, frente a todos los sacerdotes y moralistas y sociólogos del mundo entero, que en las presentes circunstancias los católicos mexicanos tienen el derecho plenísimo de recurrir a las armas”.
“Pero entendámonos. Yo no digo que el sacerdote, ni siquiera que todos y cada uno de los fieles cristianos, deban precisamente coger el fusil y lanzarse a la guerra. Pero sí digo que todos, absolutamente todos, hasta los sacerdotes, debemos solidarizarnos con el movimiento armado, y cooperar con él generosamente, intensamente, cada quien en su puesto”.
Conclusión
“El triunfo no ha llegado todavía… Hay un egoísmo criminal que nos está sangrando más que los fusiles de Calles; hay una indecisión torpe que nos arranca de las manos el laurel de la victoria. […] Hay en el mundo trescientos millones de católicos que no sabe lo que sufren los mexicanos… Y, a pesar de todo, hay que luchar para dar ejemplo a nuestros hermanos, para aleccionar a otros pueblos, para predicar el dogma de las resistencias heroicas a nuestros hermanos del mundo entero, para prepararlos a todos para el momento de la prueba que vendrá… Nuestra misión no se reduce a liberar a México, sino a fortalecer a toda América Latina y a enaltecer a los católicos del mundo todo. En todas las naciones del mundo somos los mayores en número y los menores en fuerza…”.