Por Fernando Pascual, sacerdote |

Una novela aparentemente inocente. En el fondo, una novela atrevida, al tocar temas de Iglesia de actualidad y con no pocos momentos de suspense.

El P. José Antonio Fortea presenta en su novela “Torres góticas” (editorial Dos Latidos, Benasque 2013, 611 pp.) la vida de un Secretario de Estado del Vaticano, es decir, del brazo derecho del Papa, en un contexto imaginario y en una trama que refleja diversos aspectos humanos de la Iglesia católica.

La novela inicia con la llegada del cardenal Henry Williams a Nueva York, un día de octubre del año 2029. En la catedral tiene lugar la ceremonia que da inicio al Concilio de Boston. El contexto, sin embargo, sorprende al lector, pues la “historia” de la Iglesia imaginada por el padre Fortea se construye desde la suposición de que en 1981 el atentado contra Juan Pablo II habría provocado la muerte del papa polaco.

Sin bajar a los distintos aspectos de la obra, vale la pena señalar algunos puntos. El primero es la tensión entre tendencias eclesiales que pugnan por hacer triunfar sus puntos de vista. Por un lado, un ala progresista, dispuesta a dar mayor papel a los laicos al mismo tiempo que promueve una liturgia más bien conservadora. Por otro, un ala conservadora, que presiona para conseguir que todas las diócesis sean gobernadas sólo por obispos y no por laicos.

Los distintos capítulos de la obra giran en torno al protagonista, Henry Williams, un jesuita australiano que ocupa el cargo de Secretario de Estado. Desde este protagonista Fortea puede presentar las tensiones propias de la Curia, las ideas que dominan entre miembros de la Iglesia con puntos de vista contrapuestos, y la personalidad de quien siente bajo sus espaldas el peso de decisiones y de problemas que afectan a millones de católicos de todo el mundo.

La presentación que el padre Fortea hace de su obra, preparada en diversas fases y culminada a finales del año 2012, parece invitar a una “no-lectura” del texto por destacar la importancia de las descripciones de las ceremonias.  Ciertamente a muchos lectores podrán parecer lentas y prolijas, pero cada autor hace sus opciones, y Fortea ha querido dar a la liturgia un peso no pequeño en su obra.

Más allá de esta opción por las descripciones litúrgicas, las partes que narran diálogos y discusiones sobre temas doctrinales y de gobierno tienen una viveza particular, e incluso consiguen atrapar a aquellos lectores que se acercan a la Iglesia “desde fuera”. En concreto, tienen una especial intensidad las conversaciones entre un grupo de conservadores y los enviados de la Curia que tienen lugar en un hotel de Atenas. O el diálogo entre el cardenal Williams y un abad-arzobispo que dirige un poderoso y moderno instituto religioso en París.

Quizá la parte que más interés suscita es la que se refiere al Cónclave que Fortea sitúa el año 2030. A través del relato se presentan algunos aspectos de la normativa sobre la elección de los papas. El dramatismo alcanza vetas elevadas ante el choque interno provocado por un grupo de cardenales progresistas que amenazan con un cisma sumamente peligroso. Solo a través de una serie de decisiones excepcionales y de la prolongación del cónclave se consigue llegar a un acuerdo que evita consecuencias nefastas para toda la Iglesia.

Un momento particular e íntimo es presentado a través de la visita del cardenal Williams a su hermana, casada con un irlandés incrédulo y simpático. Durante los días de descanso que el cardenal transcurre en Irlanda para encontrarse con sus familiares, puede visitar a una anciana de unos 90 años que tiene aires de mística y de vidente, y que advierte de los graves peligros que amenazan a la Iglesia, en concreto sobre tres puntos:

“Mire, señor cardenal, algunos quieren ser modernos. La Iglesia tiene una Santa Tradición que debe preservar. Porque no es suya. Viene de los Apóstoles. Y los Doce nos enseñaron lo que escucharon a Jesús. El mundo quiere el sacerdocio de la mujer, el matrimonio homosexual y la comunión para los divorciados. Sed fuertes, los que custodiáis el legado. Poned las manos con firmeza en el timón de la Barca de Cristo. El mundo, el demonio y la carne. El mundo piensa como el mundo, con razones mundanas. El depósito que ustedes custodian es del espíritu. El mundo no debe penetrar en la Iglesia. No debe y no puede. No debe, no puede y no lo va a hacer. Una cosa es el mundo con sus debilidades, y otra la Santa Iglesia. Recuerde esos tres puntos que le he dicho, los débiles van a hacer mucha guerra con eso” (pp. 223-224).

“Torres góticas” no pretende ser una novela sobre el futuro de la Iglesia, pero recoge aspectos y tensiones que se perciben con mayor o menor intensidad en nuestro presente. Habrá partes que podrían ser mejorables, especialmente en el modo de presentar al imaginario Papa Clemente XV. En otras se corre el riesgo de ver una Iglesia demasiado humana, con razonamientos y discusiones en las que se busca más la victoria que la verdad.

Fuera de aspectos que algunos resultarán monótonos o indiferentes, el conjunto permite un acercamiento a un hombre de Iglesia, un cardenal, que vive, trabaja, lucha, sufre y reza, con el deseo de ser fiel a su misión. Quizá ese sea uno de los mayores méritos de esta obra, una novela sugestiva y escrita, se nota en seguida, desde una actitud empática hacia la Iglesia, sacramento de salvación formada por hombres y mujeres concretos, con sus debilidades y sus grandezas.

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