Por Gilberto Hernández García |

Me lo contó el padre Rodrigo Domínguez, un joven sacerdote argentino. Él pertenece a una fraternidad  sacerdotal y se dedica particularmente a la Pastoral Juvenil Universitaria en una ciudad cercana a Buenos Aires.

De muchas maneras había buscado junto con su fraternidad cómo hacer para que los jóvenes universitarios pudieran tener un encuentro vivo y personal con Jesucristo, a sabiendas que muchos de ellos, en el ambiente estudiantil, no sentían a la Iglesia ni cercana ni atractiva, antes bien experimentan una cierta repulsa.

“Conocimos una metodología, el curso Alpha, que me aseguraban podría aplicarse para jóvenes como los que solemos atender, debido a la sencillez de sus elementos y a su versatilidad, así que decidimos probar”, me contó el sacerdote argentino.

Pizza, charla y amigos

Convencido del proyecto, reclutó a unos cuantos jóvenes que asistían al grupo juvenil universitario y se dieron a la tarea de buscar un lugar para desarrollar la experiencia Alpha, que consta de diez sesiones y que presenta el cristianismo de una manera atractiva, sin escatimar la verdad que entraña.

“Si los jóvenes no vienen a la parroquia, vayamos a donde están ellos”, fue la propuesta. Así que encontraron un “boliche”, lo que para nosotros es un antro, e hicieron un acuerdo con el dueño: éste, un “buen católico” del barrio, les permitió usar sus instalaciones todos los viernes de ocho a once de la noche.

Repartieron volantes con los que se invitaba a los jóvenes a “una experiencia diferente”; nada más. “Era un juego de azar”, dijo el padre, un “volado”, diríamos nosotros, porque no sabían cómo iban a responder los jóvenes.

Así que llegó el día. Una banda de rock en vivo amenizó la noche con música, si no cristiana, sí con letras “más decentes”. Entraron unos cien jóvenes, picados por la curiosidad. En las diferentes mesas ya estaban los jóvenes del padre Rodrigo, para fungir como anfitriones de los otros muchachos y muchachas que llegaron. En cuanto se instalaron en las mesas les invitaron una pizza y refresco e iniciaron una charla informal acerca de sus actividades en la semana.

“Al principio se sentían extrañados por la acogida”, señala Rodrigo, “pero después se fueron abriendo y en tono amigable compartieron cómo había sido su semana y cómo se sentían ese día”.

Luego de un rato, en el escenario principal y en las pantallas gigantes del  antro apareció la figura amable del padre Rodrigo, sonriente, vestido de manera informal. Y empezó su charla, aderezada con uno que otro chiste y apoyada por algunos videos, chuscos unos, para reflexionar, otros.

“¿Hay en la vida algo más que esto?”, preguntó, luego de haber pasado un video que muestra lo fugaz que es la vida con sus momentos claves: nacer, crecer, trabajar, reproducirse y morir.

“Explora el significado de la vida”, concluyó. Y dejó que sus jóvenes anfitriones en cada mesa moderaran la conversación con los invitados, acerca de lo que le habían oído decir al padre Rodrigo. Muchos expresaron que nunca se habían planteado preguntas como esas. Les interesó. Se quedaron “enganchados” con la experiencia.

Una media hora después apareció de nuevo el padre Rodrigo y les propuso volver los siguientes viernes para completar una especie de curso, que nada tiene que ver con los convencionales. Después de todo era una oportunidad para escuchar buena música, comer pizza, participar en una charla interesante y hacer nuevos amigos: casi lo que cualquier joven busca.

Así fue como muchos jóvenes encontraron a Cristo en el antro, un lugar no muy “ortodoxo” para ello. Y lo interesante es que la experiencia se ha venido repitiendo y cada vez son más los jóvenes que acuden. Por cierto, la mayoría se integró a la Pastoral Juvenil Universitaria y manifiestan estar “muy contentos porque Cristo les salió al encuentro en el lugar menos pensado”.

 

 

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