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El 13 mayo de 1992 el Papa Juan Pablo II instituyó la Jornada Mundial del Enfermo (JME), atendiendo a la petición que le hiciera el cardenal Fiorenzo Angelini, presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, y que se celebraría el 11 de febrero de cada año, festividad de Nuestra Señora de Lourdes.

En la Carta de institución de la JME Juan Pablo II señaló los objetivos de esta Jornada:

  • «Sensibilizar al pueblo de Dios, a las varias instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad civil, ante la necesidad de asegurar la mejor asistencia posible a los enfermos;
  • ayudar al enfermo a valorar, en el plano humano y sobre todo en el sobrenatural, el sufrimiento;
  • hacer que se comprometan en la pastoral sanitaria de manera especial las diócesis, las comunidades cristianas y las familias religiosas;
  • favorecer el compromiso del voluntariado;
  • recordar la importancia de la formación espiritual y moral de los agentes sanitarios; y, por último,
  • hacer que los sacerdotes, así como cuantos viven y trabajan junto a los que sufren, comprendan mejor la importancia de la asistencia religiosa a los enfermos».

Juan Pablo II expresó en aquella carta que había escogido el día 11 de febrero porque Lourdes es «uno de los santuarios marianos más queridos para el pueblo cristiano, es lugar y, a la vez, símbolo de esperanza y de gracia en el sentido de la aceptación y el ofrecimiento del sufrimiento salvífico».

Desde la Primera Jornada Mundial del Enfermo, celebrada el 11 de febrero de 1993, el Papa en turno (Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco) envían un mensaje que sirve de guía para la reflexión y como línea de acción para la celebración del año. En esta ocasión, XXII JME, el Papa Francisco tituló su mensaje : «Fe y caridad: “También nosotros debemos dar la vida por los hermanos”», basado en la Primera Carta de Juan (1 Jn 3,16).

En su mensaje dice Francisco que en virtud del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. Y señaló que cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia los demás se vuelve el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios.

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