Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM |

Hoy celebramos la memoria de la Virgen de Lourdes y la Jornada Mundial del Enfermo, un momento de oración y ofrecimiento del sufrimiento para bien de la Iglesia, e invitación para que todos seamos solidarios con el hermano enfermo.

Fue el 11 de febrero de 1858 cuando a santa Bernardita, una pastorcita de catorce años, en una gruta a las afueras de Lourdes, Francia, se le apareció la Virgen María, quien le encomendó pedir a los presbíteros que procuraran edificarle una capilla, y le mandó beber en una fuente indicándole el lugar. La joven rascó en el suelo fangoso ¡y brotó milagrosamente un manantial!

Desde entonces, millones de personas peregrinan al Santuario de Lourdes, donde muchísimos enfermos han sido sanados. Uno de esos peregrinos fue Juan Pablo II, quien explicaba que los enfermos van a Lourdes inspirados por el Evangelio que narra cómo en las bodas de Caná, que estuvieron a punto de convertirse en un drama por haberse terminado el vino, la Madre de Jesús intercedió por los novios ante su divino Hijo, quien cambió milagrosamente el agua en vino. Los enfermos van a Lourdes, concluía Juan Pablo II, “porque saben que allí está la Madre de Jesús: y donde está Ella, no puede faltar su Hijo”.

El mismo Pontífice aclaraba que la curación milagrosa es, sin embargo, algo excepcional; que el verdadero milagro es que, “los enfermos descubren en Lourdes el valor… del propio sufrimiento… Cristo está con nosotros… es el amigo que nos comprende y nos sostiene… es el pan vivo bajado del cielo, que puede encender en esta nuestra carne mortal el rayo de la vida que no muere”.

En su Mensaje para esta Jornada, que tiene por tema Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16), el Papa Francisco comenta que “Cuando el Hijo de Dios fue crucificado, destruyó la soledad del sufrimiento e iluminó su oscuridad. De este modo, estamos frente al misterio del amor de Dios por nosotros, que nos infunde esperanza y valor: esperanza, porque en el plan de amor de Dios también la noche del dolor se abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a toda adversidad en su compañía, unidos a él”.

El Santo Padre también afirma que, “Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios”. Y señala que para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada tenemos como modelo a la Madre de Jesús y Madre nuestra, que animada por la divina misericordia que en ella se hace carne, se encamina rápidamente para ayudar a su prima Isabel.

A ella confía esta Jornada Mundial del Enfermo, “para que ayude a las personas enfermas a vivir su propio sufrimiento en comunión con Jesucristo, y sostenga a los que los cuidan”. Y concluye: “A todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, imparto de corazón la Bendición Apostólica”.

 

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