Por Fernando Pascual |
Mostrar las propias cualidades e impresionar a quienes están cerca: así actúan algunos animales, como el famoso pavo real.
Parece que también en el mundo de Internet hay un ansia por exhibir lo que uno tiene de bueno, de bello, de noble, de grande. Porque sería extraño publicar en el propio perfil imágenes desenfocadas, de malos momentos o con poco gusto. Porque nadie pone en su currículum errores, fallos, carencias, sino todo aquello que puede crear en el visitante (familiar, amigo, conocido o visitante casual) una buena impresión.
¿Existe una especie de complejo de pavo real en las redes sociales y en otras páginas de Internet? Puede ser que sí, sobre todo porque el mundo de la imagen se construye desde aquellos aspectos que sirven para atraer más “amigos”, seguidores, contactos, encuentros, difusión.
Si ampliamos la mirada, el fenómeno no es nuevo. También en el pasado había personas que buscaban dar realce a sus cualidades, a sus títulos personales o familiares, a sus éxitos. Lo oscuro, lo negativo, lo que puede desprestigiar, siempre ha sido ocultado con más o menos éxito.
Por eso sorprende que en la vida cristiana una de las primeras indicaciones que encontramos es precisamente la conciencia de lo negativo, la certeza de ser pecadores. Basta con recordar cómo Pedro se pone de rodillas ante Jesús y le dice: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5,8). O leer a Pablo que afirma: “antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente” (1Tm 1,13). O que incluso llega a escribir: “Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Co 12,9)
En el Evangelio el mensaje es claro: “quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos” (Mt 18,4). El único motivo, por lo tanto, para gloriarse, es precisamente reconocer que Dios nos ama y que tiene misericordia de nosotros, si somos humildes y reconocemos nuestras debilidades y pecados.
Es decir, en el cristianismo se vive al revés que los pavos reales y que algunos que buscan exhibir todas sus cualidades (reales o aparentes) en las redes sociales. Porque el creyente reconoce sus miserias, las confiesa ante Dios y ante los demás, con palabras sinceras como las que decimos al inicio de la misa en el “Yo confieso”.
El motivo de gloria y de “brillo” de un cristiano está, precisamente, fuera de sí mismo: en el Maestro que busca lo más despreciable a los ojos humanos. “Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte.(…) El que se gloríe, que se gloríe en el Señor” (1Co 1,27‑31).