Por P. Fernando Pascual
Desde nuestro interior percibimos aquello que hay fuera de nosotros: personas, animales, objetos.
El alma cuenta con una especie de radar con el que capta no solo qué hay más cerca o más lejos, sino cómo es.
Sobre todo, respecto de las personas, el radar del alma percibe si estamos ante alguien amistoso u hostil, simpático o antipático, conocido o desconocido.
Ese radar puede ser más o menos preciso. A veces sospecha que estamos ante una persona agresiva, cuando en realidad tenemos ante nosotros a alguien que tiene un buen corazón.
Otras veces el radar supone que la persona a nuestro lado no tiene ningún interés por nosotros, cuando en realidad desea que la saludemos y empecemos así una conversación provechosa.
Para evitar errores, necesitamos afinar bien el propio radar interior, de forma que “vea” mejor y no ignore a tantos humanos con los que nos encontramos en nuestro camino.
El alma afinada descubrirá que ese pordiosero tiene necesidades urgentes de bienes materiales y de cariño.
Captará que ese anciano tiene una dolencia interior que necesita desahogar con alguien disponible a una escucha sincera y llena de cariño.
Incluso ante la persona que aparece en la “pantalla interior” como hostil, podrá ofrecer una oración por quien quizá vive desde amarguras y odios que necesitan ser curados.
El radar del alma no siempre está encendido. A veces deseamos cerrar las puertas interiores para fijarnos en nuestros problemas.
Pero es imposible no tomar conciencia, de algún modo, de lo que gira a nuestro alrededor, con sus posibles amenazas o con sus oportunidades de encuentros fecundos.
Desde el inicio del día el radar de mi alma trabaja. Esperamos que descubra el bien de muchos corazones, las necesidades de quienes sufren internamente, y, sobre todo, el cariño tan grande que Dios tiene por cada uno de sus hijos.
Imagen de Gerald Bock en Pixabay