Por Jaime Septién |

El anuncio hecho por el Instituto Federal de Telecomunicaciones podría parecer un triunfo de quienes, por años, nos hemos dedicado a desenmascarar las desventajas del monopolio de la televisión comercial en México.

Concretamente, quienes hemos visto crecer la indiferencia, el individualismo, la anomia y el egoísmo en nuestra sociedad, producto de haber cambiado los referentes generales de valor (la familia, la Iglesia, la escuela) por los modernos formadores y educadores de las últimas generaciones: los personajes de la TV.

México, hace 70 años, optó por un modelo comercial de televisión en el cual lo más importante era la ganancia para los concesionarios.  Estos, en retorno al regalo de la concesión (un regalo presidencial), eran leales “soldados” del régimen.  Y ahí la íbamos pasando.

Con la catástrofe moral y política que hoy padecemos, parecía necesaria una apertura del sector. Se ha hecho de forma.  Esperemos que también lo sea de fondo.  Como decía el sociólogo marxista Herbert Marcuse, el hecho que haya muchos canales de TV no significa libertad de elegir sino, en muchos casos, capacidad de multiplicar los controles sobre la gente.

Esperemos que no se otra sesión de “atole con el dedo” a la ciudadanía mexicana.

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