Por Fernando Pascual |

En un mundo de interdependencias hacen falta organismos internacionales, como las Naciones Unidas. Surgen entonces preguntas de no fácil respuesta: ¿qué atribuciones hay que concederles? ¿Cómo funcionan? ¿Quiénes los dirigen? ¿Qué autoridad pueden tener respecto de los Estados?

Nos fijamos ahora en los miembros que trabajan en tales organismos. Son hombres y mujeres elegidos con sistemas más o menos complejos. A veces llegan ahí por nombramiento directo de los Estados miembros. Otras veces son designados por quienes tienen una función directiva en esos mismos organismos.

Hay que reconocer que esos hombres y mujeres están marcados por un doble condicionamiento. Por un lado, su propia personalidad y su trayectoria (familia, estudios, experiencias). Tienen miedos y ambiciones, tienen cualidades y defectos, tienen inteligencia y despistes. Tienen, además, una ideología, un modo de pensar que depende de lo que han estudiado, han leído, han reflexionado.

El segundo condicionamiento viene de su dependencia más o menos clara respecto de quienes los han elegido. Si se trata de Estados, ¿actúan como representantes que sólo pueden decir lo que se les manda, o tienen cierta autonomía? ¿Buscan el bien de la comunidad de naciones o se proponen salvaguardar y tutelar los intereses de los países y gobiernos a los que representan?

Si han sido elegidos por las autoridades del organismo internacional, se replantean en parte las preguntas del párrafo anterior: ¿qué tipo de autonomía tienen? ¿Hasta qué punto deben acoplarse a las ideas de quienes los nombraron?

Es necesario recordar que todos los miembros de cualquier institución humana actúan desde limitaciones individuales y sociales de gran importancia. Algunas de esas limitaciones los convierten en títeres de intereses no siempre buenos, en esclavos de ideologías que persiguen una agenda muy concreta para promover resoluciones claramente injustas. Basta con recordar cómo algunos organismos internacionales tienen una clara ideología abortista con la que promueven, como si se tratase de un derecho, uno de los gestos más injustos que podamos imaginar: la eliminación de los hijos antes de nacer.

Ante la complejidad de nuestro mundo, hay que buscar cómo ayudar a los hombres y mujeres que trabajen en los organismos internacionales para que lo hagan desde ideas sanas y comportamientos prudentes. Se trata de un ideal muy elevado, que por desgracia parece irrealizable en tantos Estados donde la corrupción y las ideologías destructivas se han convertido casi en parte del “sistema”.

Pero las dificultades de un ideal no deben convertirse en un motivo para cruzarse de brazos. Al contrario, toda acción sana que permita denunciar ideologías en quienes trabajan en diversos organismos internacionales, y que promueva a personas capaces y honestas, ayudará a que esos organismos puedan realizar su misión a favor de la justicia y la paz dentro de cada Estado y en el complejo mundo de las relaciones internacionales.

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