Por Mónica Muñoz |

Hace algunos años, existió una campaña que se podía escuchar en la radio, que promovía “unirse a los optimistas”, acción que motivaban con una canción bastante pegajosa y que, según recuerdo, no anunciaba ningún producto para mejorar el humor, sin embargo, invitaba a cambiar de actitud ante los problemas que se van presentando durante nuestro paso por este mundo.

Porque una realidad palpable en esta vida es que existe gente negativa y gente positiva.  Las dos clases de personas, aparentemente, son semejantes en todo, tienen familia, trabajo, escuela, vida social, etc., quizá unos sean pobres y otros ricos, pero lo que más los distingue es su manera de ver la vida y las circunstancias que la rodean.

Si no, analicemos cómo actuarían ambos tipos de personas ante un mismo problema: supongamos que llega el día de pagar las cuentas y que el dinero de la quincena no ha sido depositado.  Obviamente, todos trabajan para ganar el sustento diario, por lo que el dinero es esperado con ansia para solventar todas sus necesidades.  Pero por algún motivo, el pago no se realizará sino hasta dos días después. ¿Qué harían los pesimistas? Seguramente vociferar palabras impronunciables, desesperarse y pensar que no habría una solución viable para tamaño inconveniente.

Creo que a muchos nos pasaría lo mismo, porque pocos pueden darse el lujo de trabajar sólo por el gusto de hacerlo, por eso sería comprensible esta reacción.

Ahora, ¿qué harían los optimistas? Con certeza, tomarían las cosas con calma, planearían qué hacer durante los dos días que forzosamente se prolongaría la llegada del pago, hablarían con sus acreedores para explicarles el motivo del retraso y pensarían que, gracias a esta demora, la próxima quincena llegaría más pronto.

Con este hipotético ejemplo (que quizá sea real y cercano para algunos), deseo ilustrar el rumbo que puede tomar cada situación cotidiana, el cual dependerá totalmente de nuestras decisiones, y una de ellas es, definitivamente, la actitud que tomemos ante las dificultades.

Obviamente, se trata de un ejercicio diario, es decir, como todas las virtudes, hay que ponerlas en práctica y repetirlas constantemente para que se afiancen y se conviertan en parte de la persona.

Además, ver el lado bueno de cualquier situación ayuda a mantener la salud física y espiritual, evita caer en depresión y auxilia a mantener el equilibrio emocional en quien lo ejerce.  Por supuesto, no quiero sonar ingenua, habrá ocasiones en que parecerá imposible mantenerse optimista, pero hay que hacer el esfuerzo por encontrar el lado positivo a todos los eventos.

Me viene a la mente un acontecimiento dramático como el accidente de un ser querido, ¿será posible encontrarle el “lado amable” a tal situación? Por supuesto que sí.  Es una buena oportunidad para dar gracias a Dios porque, a pesar de haberle ocurrido una desgracia, pudo salvar la vida.

O más aún, ¿qué de bueno puede haber en un fallecimiento? De seguro, nada, en un primer momento, pero más adelante, con más tranquilidad de ánimo, habrá oportunidad para recordar con cariño a esa persona que se ha adelantado, agradeciendo el tiempo que estuvo con nosotros.

Como diría Victor Frankl “se puede sacar un sentido incluso del sufrimiento”.  Todo lo que nos ocurre, bueno o malo, tiene una razón de ser.  Seguro a todos nos ha pasado que en el instante en que sucede determinada situación, no caemos en cuenta de que está pasando por algo; es a la larga, viendo en retrospectiva, que comenzamos a entender para qué suceden las cosas.  Por eso, insisto, actuemos como dice el refrán, “al mal tiempo, buena cara”, teniendo la certeza de que, todo lo que acontece en nuestra existencia, tiene un propósito.

 

 

 

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