La dignidad de los jóvenes puede verse dañada por sus impulsos
Por Mónica Muñoz
Es cada vez más notorio que estamos perdiendo el sentido del respeto en las relaciones interpersonales, a pesar de que en el mundo empresarial se esmeran en buscar candidatos que sepan manejar esas habilidades para conformar sus equipos de trabajo. Me refiero específicamente a que se ha sembrado en nuestros jóvenes la idea de que son dueños de hacer lo que les venga en gana y que nadie puede darles lecciones de buen comportamiento, por lo que, si alguien se atreve a encararlos por alguna situación inapropiada, dan respuestas que van más allá de la mala educación.
Reglas y valores
Sin embargo, es fundamental que entiendan que deben cuidar su comportamiento porque viven en una sociedad y, a menos que decidieran irse a una isla desierta, nadie tiene libertad absoluta, de modo que tienen que aprender a respetar el lugar en el que se encuentren y adaptarse a las reglas del sitio en donde les toque interactuar. Ahora bien, hay que destacar que el respeto va de la mano de la dignidad y la imagen personal, ¿cómo es eso? Bueno, sencillo, nuestra conducta habla de los valores que constituyen una buena parte de nuestra personalidad.
Me explico: hombres y mujeres hemos construido nuestra forma de ser con las experiencias que vivimos a diario, es una manera de aprovechar la interactuación social y de encajar en los grupos a los que deseamos pertenecer. Durante el tiempo que vivimos en nuestra casa familiar, la influencia más poderosa es la de nuestros familiares cercanos, pero es notorio que, cuando nos involucramos con otras personas, tomamos lo que nos parece útil para hacerlo parte de nuestra personalidad.
El comportamiento cuenta
Además, a veces ocurre que perdemos de vista que somos nuestros mejores representantes, es decir, cualquiera que nos conozca podrá dar referencias de nosotros, pero nadie como nosotros mismos podrá alabarnos o bien, destruir nuestra reputación, simplemente con nuestro comportamiento. Es así que, sobre todo los jóvenes, deben estar atentos para no perder oportunidades de trabajo o relaciones importantes por el hecho de no saber manejar su conducta.
Lo ilustro con un ejemplo. Hace unos días, una persona llegó acompañada de tres amistades a una casa ajena. Ella es conocida de años, por lo que los anfitriones saben qué esperar, no obstante, para los tres acompañantes era la primera vez que se presentaban en el domicilio. Se trataba de jóvenes profesionistas que venían de realizar un trabajo. Aparentemente, todo marchaba bien, según los invitados, lamentablemente para los dueños de la casa la primera impresión fue nefasta ya que los muchachos llegaron casi borrachos. De esta situación, saco dos conclusiones. La primera es que en ese hogar no volverán a aceptarles una visita, y la segunda, que me parece la más grave, los chicos no se dieron cuenta de lo que ese momento significó para su imagen.
Les aseguro que, aunque sean buenos en su profesión, las personas que los vieron en estado inconveniente no los recomendarán bajo ninguna circunstancia. Y es ahí donde llega la preocupación, pues la responsabilidad que deberían desarrollar los jóvenes respecto a su vida laboral o personal, puede verse dañada por no saber controlar sus impulsos.
Urge que nuestros jóvenes entiendan que nada bueno les dejarán esas conductas erradas, aunque por todos lados les llegue el mensaje de que no importa lo que piense la gente porque la realidad es que sí es relevante, ya que con la recomendación de los demás vamos construyendo nuestro prestigio, gracias a la imagen que dejamos en quienes se relacionan con nosotros, por eso repito, el respeto va de la mano de la dignidad y, obviamente, me refiero tanto al respeto que le debemos a nuestros semejantes como al que cada uno se debe a sí mismo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de julio de 2022 No. 1410