Por Mónica Muñoz
Mucho se ha tocado el tema de la equidad de género, aquella que pugna porque se reconozcan los mismos derechos a todos los seres humanos y que ha traído a colación, entre otras modificaciones, una manipulación del lenguaje que tiene por consigna uniformar los términos para referirse a los dos sexos biológicos que existen en la naturaleza, acercándonos cada vez más a la comprobación de que existe una confusión llamada disforia de género, que hace que una persona no sepa si es hombre o mujer, por lo que puede tomar decisiones equivocadas y radicales de las cuales, muy probablemente, se arrepentirá después.
A pesar del debate que se ha levantado en torno al tema, creo que el fondo del asunto se ha soslayado, es decir, se habla mucho de igualdad, pero en la práctica hay mucho trabajo por hacer. No digo que no existan esfuerzos bien intencionados que buscan acabar con las diferencias entre hombres y mujeres, pero es una realidad que en nuestro país aún se trata a personas del sexo femenino como seres de segunda clase. Para ello, basta adentrarnos en la brecha salarial en México, donde por cada 100 pesos que gana un hombre, la mujer percibe solo 73, en promedio es un 27% menos del sueldo que perciben los varones, sobre todo en puestos de alto nivel, donde a veces, ni siquiera figuran las damas.
Fomentar la sana convivencia
Pero, más que esas diferencias, me preocupa la actitud de sumisión que siguen manteniendo muchas mujeres frente a los hombres. Refiero un caso que presencié hace unos días y que me dejó un mal sabor de boca.
En cierta comunidad, una señora de estatura pequeñita quería una foto con tres personajes hombres, mucho más altos que ella. Era grande su emoción, debo decir, porque se trataba de una fiesta importante, así que, se puso frente a ellos y muy sonriente, de pronto se agachó para quedar casi arrodillada a sus pies, obviamente ella no se percató de su actitud. Inmediatamente después de la toma de la imagen, se puso de pie, sin darse cuenta de lo que acaba de pasar, sin embargo, a mí me quedó muy claro que le enseñaron desde pequeña a someterse a personas del sexo opuesto.
Porque, por supuesto, no estoy peleada con el respeto que se debe brindar a la gente mayor o de jerarquía superior, es parte de la cultura y de la buena educación que se imparte para la sana convivencia entre la gente de distintos ámbitos, pero de eso a humillarse hay una diferencia abismal y es lo que debemos combatir, porque no es sano para nuestras relaciones interpersonales. Y como todo, los extremos son dañinos, porque también lo es la ausencia de límites, que, desafortunadamente, es otra actitud muy común en gran parte de los jóvenes.
Tarea en manos de los padres
No obstante, es muy notorio que en nuestro país aún priva un ambiente machista que provoca tan marcada desigualdad, porque, si bien es cierto que hemos avanzado en otros rubros, debemos voltear a ver el origen de todos los problemas: la familia. Es en el seno familiar en donde se aprenden los valores, donde se recibe la enseñanza sobre lo que encontraremos en la vida y en la que se siembra en los niños el amor, el respeto, el sentido de dignidad, pero si los padres y madres rehúyen o delegan esa responsabilidad en otros, lastimosamente generarán hijos con deficiencias formativas, desorientados y ávidos de tener alguien que les diga qué camino tomar.
Por eso, cuando encuentran un modelo a seguir, se apegan a él sin pensarlo, ya que no tienen las herramientas emocionales necesarias para distinguir si será para su bien personal o para su perdición, de ahí que tantos niños, adolescentes y jóvenes tomen como héroes a personas, a veces nada recomendables, pero que llenan esos vacíos que sus padres no han sido capaces de solventar.
Entonces, la tarea más urgente de los padres y madres de familia es infundir en sus hijos el sentido de igualdad entre ellos, fomentando un verdadero trabajo en equipo, dando a cada uno, niño o niña, la misma cantidad de responsabilidades, solo adecuadas por su edad, pero con el mismo sentido de importancia, de ese modo, creciendo seguros, amados y valorados, no habrá necesidad de recalcar en ellos que hombres y mujeres son igualmente dignos, valiosos y merecedores de todo lo que la vida tiene de bueno para ellos. Está en nuestras manos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de julio de 2022 No. 1409