No dejemos que el cansancio o peor aún, la apatía o la indiferencia, dañen la relación que tenemos con nuestros hijos

Por Mónica Muñoz

Marzo es un mes en el que, desde hace algunos años, celebramos dos eventos destacados: el día de la familia y el día de la mujer, ambos distintos porque, aunque parecieran ir en la misma línea, son completamente diferentes.

De acuerdo con el blog del Instituto Nacional de las Mujeres “cada 8 de marzo se conmemora en el mundo la lucha de las mujeres por la igualdad, el reconocimiento y ejercicio efectivo de sus derechos, el cual se hizo oficial en 1975 por las Naciones Unidas”, fecha elegida por estar ligada a dos antecedentes históricos, el primero ocurrió el 8 de marzo de 1908 en el marco de una huelga convocada por parte de trabajadores textiles del Partido Socialista de Estados Unidos que tuvo lugar en la fábrica textil Triagle de New York, donde encerraron y quemaron vivas a 140 trabajadoras que se manifestaron contra la precariedad laboral. El segundo fue el 8 de marzo de 1917, cuando mujeres rusas protestaron para obtener el voto femenino.

En cuanto al día de la familia, según el sitio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos “desde marzo de 2005, se instituyó en nuestro país el Día de la familia, estableciéndolo el primer domingo de marzo, lo anterior conforme al decreto del expresidente Vicente Fox”, fecha que rápidamente cobró popularidad, pues en nuestro país aún se aprecia el vínculo generado entre personas que han nacido bajo la protección de un hombre y una mujer que decidieron hacer su vida juntos y engendrar hijos.

Por cierto, esta situación, vista como natural desde siempre, está comenzando a incomodar a las nuevas generaciones, habiendo no sólo quienes se niegan a casarse sino, incluso, impiden el proceso de gestación con métodos contraceptivos, llegando al extremo de promover la extirpación del útero. Más aún, un feminismo mal entendido y no el que inspiró a las mujeres del siglo pasado a luchar por la igualdad de sus derechos, está fomentando estas prácticas que, las chicas que han tomado la decisión de esterilizarse, lamentarán cuando avancen en edad.

Retomo, pues, el comentario inicial: el día de la mujer nada tiene que ver con el día de la familia. Y no lo entiendo, pues el corazón de la familia es la mujer que ha dado a luz a los hijos engendrados con un hombre, y que, juntos, decidieron enfrentar la vida, con sus altas y sus bajas, pero siempre motivados por la presencia de nuevos seres que demandan atención, cuidados y, sobre todo amor. Esa es la noble tarea que ha marcado a la humanidad desde que comenzó a existir, crecer y multiplicarse para no extinguirse, por eso, mi mente no alcanza a concebir cómo es posible que en muchos sitios no se tolere la presencia de los niños. Simplemente se está negando la posibilidad de renovar las generaciones que han envejecido y pronto cederán su lugar a los nuevos habitantes del mundo, les guste o no.

Es por este motivo que urge regresar a la enseñanza de los mayores: estar al tanto del comportamiento de los niños, adolescentes y jóvenes y ponerles límites, esos que nuestros padres y abuelos llamaban “educación”, porque ahora, tal parece que, a la par de la población, está disminuyendo también el compromiso y la responsabilidad de los padres de familia para enseñar a sus hijos a ser personas de bien. Es lamentable constatar cómo las parejas actuales, que, dicho sea de paso, muchas veces ya no están unidas en matrimonio, sino simplemente cohabitan bajo el mismo techo, sienten como una carga guiar a sus hijos.

Se molestan cuando los pequeños piden su atención para jugar o solo para estar con ellos, prefiriendo el celular en vez de aprovechar cualquier momento que les permite su trabajo para convivir con los niños. Por eso abundan los “consejeros” en las redes sociales que comparten tips para los papás y mamás que no saben qué hacer con los infantes berrinchudos, sin entender que es la única manera que tienen para comunicarles su frustración y pedir a gritos, “literalemente”, que les hagan caso.

No dejemos que el cansancio o peor aún, la apatía o la indiferencia, dañen la relación que tenemos con nuestros hijos, darles todo en cuestión material no suple de ningún modo la presencia y la atención que merecen, si queremos que la vida de los chicos sea plena y feliz, no nos desentendamos de ellos, la única manera de amarlos verdaderamente es estando con ellos. No lo olvidemos.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de marzo de 2023 No. 1444

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