Está vida es pasajera y no nos llevaremos nada

Por Mónica Muñoz

En esta vida, todos tenemos ambiciones, y claro que es muy es natural que cualquier persona aspire a vivir en mejores condiciones que en las que se encuentra actualmente, por ejemplo, cuando un niño comienza a crecer, piensa en lo que le gustaría ser de grande, hace planes sobre tener un coche, una casa, viajar, en fin. Sin embargo, para todos los seres humanos lo principal es cubrir sus necesidades básicas como tener qué comer y beber, donde dormir y ropa para cubrirse y ya después se preocuparán de lo demás. Así es que, cuando todo eso está asegurado, la persona anhela tener más.

Desprendernos

Frente a esta realidad, cabe hacer una reflexión, tomando las palabras que escuché durante la Misa dominical: gracias a Dios, muchos de nosotros no debemos preocuparnos por lo que hemos de comer o si tendremos donde vivir, es más, seguramente tenemos un espacio donde acumulamos objetos que hace bastante tiempo no hemos utilizado y que bien podrían servirle a más personas si decidiéramos donarlos, es más, hasta venderlos a bajo precio.

A esta situación podemos añadir la de los que pasan mucho tiempo trabajando sin darse la oportunidad de convivir con su familia. Pienso en la gente que quiere tener lo último y más nuevo de la tecnología, la ropa de marca, el coche más lujoso, viajar a los destinos más exóticos, y no es capaz de pasar un fin de semana entero con sus padres o sus cónyuges e hijos por estar trabajando. Esa es también una forma de injusticia, pues aunque esté disfrazada de amor para que a la familia no le falte nada, están careciendo de lo más importante, que es la presencia de un integrante clave de la familia.

El abuso

Otro aspecto más de la ambición es aquella que se presenta cuando las personas abusan de otros para obtener riqueza, o bien, hacen lo que sea para adueñarse de bienes que no les corresponden. Viene a mi mente el caso de una mujer que fue abandonada por su esposo junto a sus tres pequeños hijos. Con miles de esfuerzos, logró levantar una vivienda en el terreno de uno de sus hermanos, heredado por la madre de ambos, y que, con el consentimiento de él, ella edificó la casa para sus niños. Los años pasaron, los hijos ya son jóvenes, y ahora, el hermano le está peleando la casita alegando que nunca le dio autorización para construirla. Penosamente, esa situación está dividiendo a la familia, pues son varios hermanos y hermanas y cada uno está tomando partido de acuerdo a sus conveniencias.

Es terrible pensar que los bienes materiales se conviertan en males, todo por la avaricia y la ambición. Si tuviéramos la capacidad de ver cómo será el juicio al que Dios nos someterá cuando nos llegue la muerte, tendríamos más amor al prójimo y más desapego a las cosas.

Un buen ejercicio mental es pensar en ese momento para que nos hagamos conscientes de que esta vida es pasajera y que, finalmente, todo lo que hemos acumulado se quedará en este mundo, por eso, aprovechemos el tiempo y seamos más generosos, todo eso que estamos guardando está de sobra y a otros les hace falta, y, de la misma manera, administremos mejor nuestro tiempo para convivir con la familia, porque hay momentos que nunca se repetirán, como ver a los hijos dando sus primeros pasos o diciendo sus primeras palabras.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de agosto de 2022 No. 1413

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