Aprovechemos el tiempo y busquemos la forma de vernos, y sobre todo, de hablar, que la tecnología no nos impida comunicarnos efectivamente.
Por Mónica Muñoz
Hemos iniciado un año nuevo, en el que, como siempre, ponemos todas nuestras expectativas para hacer cambios sustanciales, según nuestros planes y la motivación que conlleva comenzar de cero. O al menos eso es lo que cada fin de año ponemos sobre la mesa, hacemos propósitos y generamos deseos por cumplir, lo que significa que todo lo que no hemos hecho bien puede retomarse para alcanzar la meta.
Sin embargo, algo que también nos hace reflexionar es el hecho de que no todos logran el éxito en sus empresas debido a las adversidades de la vida: una enfermedad, un accidente, el fin de una relación, la pérdida del empleo o hasta un fallecimiento. Esos acontecimientos inesperados nos obligan a detener el ritmo de nuestra vida y buscar alternativas que nos permitan continuar sin fracasar en el intento, sobre todo porque las emociones juegan con nosotros y limitan nuestras acciones.
Me pongo a pensar en todos los amigos que perdieron a sus seres queridos o vieron su salud comprometida con enfermedades graves, difícilmente han tenido ánimo y cabeza para pensar en las fiestas de Navidad y Año Nuevo, sin embargo, la cercanía manifiesta de sus amigos y familiares les ayuda a enfrentar su tristeza.
Es por eso muy acertado el pensamiento que se centra en que la persona no puede vivir sola, ciertamente en la historia encontramos ejemplos de hombres y mujeres que se han alejado de la comunidad para sumergirse en experiencias místicas, pero aun así, recibieron visitas de gente que iba a solicitarles consejos o que les llevaban de comer, sin dejar de tener contacto absoluto con otras personas. En la actualidad es poco probable que exista gente que desee vivir alejada del mundo, y menos con la cercanía virtual que el internet ha desatado en los últimos años.
Y precisamente, esa aparente cercanía es la que nos ha alejado más de nuestras personas queridas, porque dejamos para después el encontrarnos personalmente, creyendo que tendremos toda la vida por delante para hacerlo.
Son esos encuentros frente a frente los que debemos apreciar y fomentar, ningún mensaje de texto o de voz se compara con la alegría de abrazar a una persona.
Tuvimos una amarga experiencia con la pandemia, estuvimos encerrados y dejamos de reunirnos durante dos años por temor al contagio de una enfermedad que dejó muchas secuelas psicológicas. Poco a poco nos hemos ido recuperando y volvimos al activismo que teníamos antes, por lo que tal parece que no aprendimos nada.
Las personas mueren y nunca más volvemos a verlas, por supuesto que una llamada es oportuna en cualquier ocasión, sin duda, sobre todo si la distancia no permite más, pero organicemos reencontrarnos con la gente importante, por eso, aprovechemos el tiempo y busquemos la forma de vernos, y sobre todo, de hablar, que la tecnología no nos impida comunicarnos efectivamente.
Como anécdota personal, comentaré que en la comunidad en la que vivo se fue el servicio de internet el 31 de diciembre. Para todos los habitantes resultó un enorme inconveniente que en pleno Año Nuevo estuviésemos incomunicados, ya que tampoco servían los teléfonos fijos y la señal del celular no nos llega bien. Vaya, pues, que no podíamos enviar los consabidos mensajes que se nos ha hecho normal mandar como cadena para todos los contactos del móvil. Y aunque esperábamos que la compañía se hiciera cargo pronto, eso no ocurrió sino hasta el lunes a mediodía.
Sin embargo, la falta de comunicación digital nos permitió convivir sin interrupciones, usamos los viejos juegos de mesa, platicamos, nos escuchamos unos a otros, nuestros adolescentes compartieron con los adultos y con los niños pequeños, nos reímos y divertimos como hacía mucho tiempo no lo hacíamos, en fin, que la ausencia de la tecnología se convirtió en una bendición. Y lo más importante, nos reencontramos como familia.
Por eso, retomemos nuestra vida, sí, pero hagámoslo bien, poniendo al otro en primer lugar, aprovechando todo lo que Dios nos permite tener y compartiendo momentos que, al final de nuestras vidas, serán tesoros en la mente y en el corazón que recordaremos con amor.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de enero de 2023 No. 1436