Por Mónica Muñoz

A todos nos gustaría que la vida transcurriera sin cambios, estamos tan estacionados en la rutina que solo de pensar que en algún momento puede llegar una crisis, nos hace sentir temor. Por eso, siempre que nos sentimos tranquilos deberíamos agradecer que las cosas sigan su curso sin sorpresas ni novedades, pero por mucho que lo deseemos, dentro de nosotros sabemos que esa plácida situación no durará para siempre, porque de la noche a la mañana, la paz se puede perder y volverse caos.

¿Acaso no nos ha pasado que, de repente, una enfermedad, la pérdida del empleo, un fallecimiento, un accidente, un problema familiar grave transforma nuestro entorno y nos deja sin saber cómo reaccionar? Es entendible que existan personas que temen no poder superar las adversidades que, irremediablemente, se les presentarán. Sin embargo, también entendemos que son parte de la vida. No podemos pretender que viviremos eternamente o que los niños no crecerán y permanecerán bajo el techo paterno, a resguardo del mundo al que tendrán que enfrentarse.

No fuimos hemos para permanecer inmóviles

Permitir que el miedo nos paralice para evitar un cambio, es una necedad. Aun viviendo en el encierro, tarde o temprano la misma inercia de la vida traerá consigo una variación, pues el mundo no se detiene y tampoco el tiempo. Recuerdo una película infantil en la que uno de los personajes comenta que prometió que jamás le pasaría algo a su hijo, mientras que su interlocutora, luego de reflexionar brevemente, le responde “qué simpática promesa”, “¿qué?”, responde el papá. El momento termina cuando ella concluye:” es que si quieres impedir que algo le pase, entonces nada pasaría con él”.

Y es cierto, si pretendemos vivir estáticos, nada pasaría con nosotros, nuestra vida no tendría sentido si quisiéramos impedir que siga su curso. No fuimos hechos para permanecer inmóviles, por eso tenemos inteligencia y voluntad. Por supuesto que muchas veces las reformas en nuestra rutina implican incomodidad y hasta dolor, tal vez signifique desprendernos de algo o alguien a quien amamos, o hasta despedirnos de una persona, objeto o situación de manera definitiva.

Todo lleva a un aprendizaje

Todo cambio implica una crisis, porque nos mueve todos los esquemas a los que estamos acostumbrados, porque nos ha costado trabajo, esfuerzo, renuncia, sacrificio y lágrimas alcanzar nuestros objetivos, pero, por muy grandes e importantes que puedan parecernos, inevitablemente vienen con fecha de vencimiento. Pero no es para ponernos trágicos. Todo lo que nos ocurre mientras estamos vivos, tiene una finalidad y conlleva un aprendizaje, a pesar de que en el momento no lo percibamos o incluso, si nos parece cruel e injusta la situación.

Pienso en los niños que pierden a sus padres siendo muy pequeños, por supuesto que para ellos es sumamente doloroso, pero quizá represente una oportunidad para otras personas el poder hacerse cargo de ellos.

No pretendo aleccionar a nadie para que entienda que los acontecimientos traumáticos son una oportunidad de santificación y no una desgracia, Dios me libre, cada uno tiene sus propias experiencias y no se pueden comparar con las de nadie más. Pero de algo sí estoy segura: dice el refrán que luego de la tormenta viene la calma, y en ese momento, cuando volteemos para atrás, nos daremos cuenta de que somos más fuertes, de que pudimos hacer uso de nuestras habilidades y talentos para sortear exitosamente el bache por el que cruzamos.

No minimizo el hecho de que, en algunas ocasiones, tardaremos más en asimilar lo ocurrido, pero al final, entenderemos que era ineludible atravesar por aquella situación que nos hizo ser más fuertes.

Hoy pienso en mi vida y en cómo Dios se ha hecho presente en ella a cada instante, veo que Su mano generosa me ha dado lo necesario para continuar y no apartarme de Él, recuerdo los momentos difíciles y descubro agradecida cómo se resolvieron cuando dejé todo en sus manos, por eso creo firmemente que cuando vuelva la adversidad, Él me tomará en sus brazos para que recuerde que, de esa, también me levantaré.

Y espero que cada uno viva sus procesos de crisis con fortaleza y esperanza.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de enero de 2023 No. 1438

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