Hacer menos a las personas por el tipo de trabajo que desempeñan es detestable, seamos razonables y recordemos que la vida da muchas vueltas

Por Mónica Muñoz

Leo en un grupo de señoras: “¿Alguien que me recomienden para trabajar en casa?, es que se fue mi muchacha”. Parece mentira que, en pleno siglo 21, aún no se entienda en muchos ámbitos sociales que ya pasó el tiempo de la servidumbre, como cuando en el mundo existían esclavos comprados en mercados o se estilaba que las personas trabajaran en grandes haciendas para los amos que, en lugar de darles un sueldo, los mantenían atados a través de las tiendas de raya.

Y más aún, no se ha entendido el profundo sentido de que todas las personas merecen nuestro respeto, ya que ese el verdadero principio de la igualdad, lo que se lleva a la práctica no discriminando ni categorizando a nadie por su trabajo, educación o condición social, entre otras variables.

Lo comento porque, como he iniciado esta reflexión, en algunos ambientes todavía escuchamos expresiones tan despectivas como “la chacha”, o peores, como “mi sirvienta”, “la criada”, “la gata” etc., cuando se trata de las personas que desempeñan actividades de limpieza doméstica en casas particulares.

No se trata de desterrar ese término del vocabulario actual, el que, por otro lado, no tiene nada de malo, ya que “sirviente”, que es la palabra adecuada, quiere decir “el que sirve”, el cual describe una infinidad de tareas, no solo las domésticas. Lo que debemos poner en tela de juicio es el tono con el que se usa, porque, además del sentido de menosprecio, se le agrega el adjetivo “mi”, como si las personas fueran de la propiedad de su empleador.

Además, desde hace algunos años se han acuñado otros eufemismos para sustituirlas, por ello escuchamos decir empleadas domésticas o trabajadoras del hogar.

Vaya que, lo que da el sentido despectivo a lo que decimos es el uso que le da la misma comunidad, porque se van construyendo ideas equivocadas en el imaginario de la gente, quien realmente pone significado a todas las palabras. Por eso, es importante cuidar nuestro lenguaje y pensar antes de hablar y soltar expresiones que puedan resultar dañinas para otros.

Y aunado a estos términos está el trato que se dispensa a las empleadas del hogar, como ellas mismas decidieron ser llamadas mediante dos consultas realizadas en los días 5 y 9 de marzo del año 2000 en el Distrito Federal, Estado de México y Veracruz, de acuerdo con el periódico El Universa, como un inicio para la dignificación de sus labores y para poner freno a las humillaciones que han sufrido durante años, las cuales han encontrado apoyo ante instancias como el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, (CONAPRED), para que les sean reconocidos sus derechos como trabajadoras, tales como otorgarles el seguro social y establecer su relación laboral mediante un contrato, logros alcanzados por mujeres comprometidas con esta causa, quienes tienen un Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH) y que luego de una larga lucha, vieron los frutos de sus esfuerzos el 18 de febrero de 2016, cuando dieron a conocer el primer Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar.

Así pues, lo importante en todo caso donde hombres y mujeres se ven discriminados, es reconocer que todos somos iguales y merecemos respeto, no importando si nuestro trabajo es humilde.

Es urgente que reconozcamos que no deja nada bueno a la sociedad hacer este tipo de distinciones entre personas de escasos recursos y gente pudiente, no sea que nos pase lo que a Lázaro y el rico Epulón, mencionados por Cristo en una de sus parábolas: el rico vivía comiendo y pasándola bien, mientras que el pobre Lázaro deseaba comer las migajas que caían de la mesa, sin embargo, por no compartir lo suyo con el desdichado, el rico fue al infierno y el pobre al cielo.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de octubre de 2022 No. 1422

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