Se trata del mal más agresivo que enfrenta la sociedad mundial actual

Por Mónica Muñoz

Es sumamente preocupante saber que la violencia en las familias se ha convertido en un fenómeno que se repite cada vez con mayor frecuencia y que, a pesar de que también estamos viviendo una época en la que se insiste en cultivar las relaciones interpersonales y en la que se grita a los cuatro vientos la necesidad de “tolerar” a las personas que son diferentes a uno, no podamos combatir con efectividad este cáncer que está acabando con la paz de chicos y grandes.

Estadísticas poco favorables

Porque este grave problema se ha convertido en una prioridad para nuestra nación, debido al alto índice de casos de delitos contra mujeres y ahora también, contra menores de edad, que sufren a manos de sus mismos familiares, en muchos casos. Basta dar un vistazo a las cifras que el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública ha reportado para los primeros cuatro meses de 2022, en el que se registró que la violencia contra las mujeres en todas sus modalidades ha aumentado en un 15.1% respecto a 2021, sumando hasta el mes de abril un total de 1574 casos. Pero si hablamos de presuntos delitos contra la familia, se han reportado a nivel nacional 83,030 incidentes en el mismo periodo de enero a abril de 2022 (Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, 2022).

Con esto, nos darnos cuenta de que es escandalosa la magnitud del problema al que nos enfrentamos como sociedad, derivado de circunstancias que quizá se han estudiado a conciencia pero, aun así, no se ha encontrado una solución definitiva.

Porque es cierto que todos nos hemos percatado de que la ausencia de valores en los hogares provoca que los niños y jóvenes se alejen del camino correcto, y entendemos que es a los padres a quienes les corresponde educarlos con responsabilidad, dando ejemplo de vida coherente y acorde con los valores que profesan, sin embargo, es innegable que en la actualidad, muchos progenitores han renunciado a ese deber y permiten que sus hijos crezcan ajenos a principios que les facilitará la convivencia con sus semejantes en cualquier ambiente en el que les toque interactuar.

Reconocer y actuar

El punto es que, reconocemos el problema, pero no sus causas. Es ahí en donde todos los sectores de la sociedad deben trabajar unidos, porque, si bien tenemos datos de hechos de violencia, no los tenemos de acciones positivas que coadyuven a su disminución. Porque es seguro que hay esfuerzos para acabar con ese mal, puedo citar el apoyo que algunas instituciones de gobierno realizan para contrarrestar el daño asestado por integrantes violentos en el interior de las familias, ofreciendo terapias e intervenciones para terminar con esos abusos, o bien, la Iglesia católica que trabaja con la pastoral familiar para apoyar a las familias lastimadas, por citar algunas instancias.

Pero es claro que no ha sido suficiente. Seguimos enfrentando situaciones que dividen y acaban con las familias porque quienes las conforman no saben moderar sus emociones. No podemos quedarnos de brazos cruzados, la indiferencia es el gran enemigo al que hay que combatir, sobre todo si somos testigos de algún evento agresivo.

Hace pocos días me enteré de una situación penosísima. Una chica llegó a su clase visiblemente alterada, ya era tarde y tenía los ojos llorosos. Dejó su mochila sobre la banca, arrojó a la basura un papel con sangre que había emanado de su nariz y salió rápidamente al baño. Volvió a media clase más calmada, pero era obvio que no estaba tranquila. Al finalizar la hora, su docente le preguntó qué había ocurrido. Ella, queriendo minimizar el asunto, sonreía nerviosamente, explicando que su padre era un “poco violento”. Narró que iba en el coche de sus padres, que la dejarían en la parada del camión y que iban discutiendo. Ella pidió a su padre que la dejara bajar para ir caminando, pues no quería presenciar la escena. El hombre se enojó, permitiendo que saliera del auto, solo para ir tras ella, empujarla y propinarle cuatro cachetadas. Ella no ha querido denunciarlo porque su madre, que ha sido golpeada muchos años, no la apoya y además, no tienen a dónde ir.

No es posible que estas situaciones sigan ocurriendo. Hagamos conciencia y pensemos en actuar como sociedad, comenzando con responsabilizarnos de lo que enseñamos a nuestros hijos, de otro modo, el círculo vicioso nunca se romperá, ocasionando daños irreparables para las generaciones venideras, pues la corrupción sigue permeando todos nuestros ambientes, sin que hagamos nada para impedirlo. Seamos parte de la solución.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de junio de 2022 No. 1407

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