El amor se ha desvirtuado, por lo que tenemos la tarea de regresarle el sentido que realmente tiene

Por Mónica Muñoz

Desde hace muchos años nos han vendido el mes del amor, y no quiero sonar amargada, sencillamente creo que el amor es un sentimiento que debe manifestarse todos los días, pero, a pesar de lo que pueda parecer, esas fechas son aprovechadas para manifestar a todas las personas que amamos, cuánto nos importan.

Sin embargo, sí me gustaría poner el acento en algunos puntos, porque no podemos negar que el término “amor” se ha desvirtuado significativamente, ya que, de un tiempo para acá, se usa con mucha facilidad, aunque no con el sentido profundo que realmente tiene.

“Amor es amor”

Por eso, comenzaré haciendo una observación que, estoy segura, a muchos les chocará, y es que circula entre los jóvenes una frase que ha tomado mucha fuerza, producto de la filtración, primero sutil y después descarada, de la aberrante ideología de género: “amor es amor”.

Por supuesto, la frase no solo da para profundizar en el sentido en que es expresada, sino que también sirve para buscar todos los significados que sea posible analizar, porque a primera vista, sugiere que, no importando hacia quién o qué, todo lo que despierte una emoción satisfactoria será calificado como “amor”. De esta manera, cualquier acercamiento o relación que ofrezca placer y sensaciones agradables, incluyendo todas las conductas e inclinaciones que de él se deriven, sobre todo de corte sexual, podrá ser llamado “amor”.

Y así, sin ningún pudor, porque se trata de eliminar los prejuicios y sentimientos de culpa que se puedan experimentar, se da rienda suelta a todas las fantasías relacionadas con la atracción hacia una persona, animal u objeto. Porque, insisten, “amor es amor”. Y no exagero, se han dado casos en los que personas se casan con sus mascotas o pertenencias, una vez, en un programa de televisión, vi a un hombre casarse con su automóvil. Definitivamente es una locura.

Ah, pero eso sí, hemos llegado a tal extremo que, si alguien tiene el valor de criticar esas conductas distorsionadas, le llueven las descalificaciones, tachándolo de retrógrada, fóbico y quién sabe cuántos adjetivos más, porque al mismo tiempo han surgido los defensores y los opositores de las dos caras de una misma moneda. Los primeros, argumentan tener libertad y derecho para estar con quien se les dé la gana. Nadie puede negarlo, cada persona es responsable de sí misma y de sus actos. Los segundos, se apegan al modelo de pareja hombre-mujer, co-creadores de vida, instituido por Dios como sacramento. Obviamente, también tienen derecho a defender su postura, ya que gozan de la misma libertad para expresarse y decidir vivir en pareja heterosexual.

¿Cómo actuar?

Ahora bien, ¿cómo debemos actuar? Repito, todos tenemos derecho a expresar nuestro punto de vista y a decidir qué haremos con nuestra vida, habrá personas prudentes que den un consejo a quien se los pida, otros más se mantendrán al margen, y a otros tantos no les importará lo que los otros hagan, allá cada quien. Desde un punto de vista mundano, todas las posturas son válidas.

Sin embargo, desde el punto de vista cristiano, tenemos que ser coherentes con las enseñanzas de Cristo, y debo decir que esas conductas atentan contra los mandatos de Dios, por supuesto, cada quien es libre de decidir y actuar como le venga en gana, pero de lo que no podremos librarnos será de las consecuencias de nuestros actos. Para la persona cristiana, lo más valioso debe ser hacer la voluntad de Dios, sin importar lo que piensen los demás.

Y es el mismo Cristo el que ha puesto la medida del amor, al morir en la cruz por todos los hombres y mujeres, Él no juzga, sino que perdona a quien se vuelve a Él y da la oportunidad a los seres humanos de convertirse y elegir el camino de la vida eterna.

Ciertamente Él ama al pecador, pero no al pecado. Por eso, siempre será muy sano poner sobre la balanza nuestros valores y entender los cambios que ha dado el mundo con el paso de los siglos, mirándolos a través de la luz de la fe, porque Dios nos ha dado a cada uno una vida de la que tendremos que dar cuentas, indudablemente, y eso nos pasará a todos, aunque haya quien no crea en Él. Cuidar nuestra alma de todo lo que puede apartarnos de Dios debería ser la prioridad de nuestra vida, porque como dice el Evangelio “nadie sabe el día ni la hora” en la que moriremos.

Así es que, demos amor, pero amor del bueno, no el de telenovela, sensiblero y fatuo, sino ese que está dispuesto a sacrificarse por el ser amado, ese que da verdadera satisfacción de haber hecho lo correcto.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de marzo de 2022 No. 1394

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