Permitir acciones que atenten contra nuestra dignidad nunca podrán justificarse

Por Mónica Muñoz Jiménez

Estamos viviendo en una época compleja, en la que los adelantos tecnológicos son impresionantes y permiten al ser humano hacer realidad los sueños de los antiguos hombres. A pesar de esto, el comportamiento de hombres y mujeres es repetitivo, porque bien dice el refrán que “nadie experimenta en cabeza ajena. Mi aseveración tiene que ver con que las personas de todos los tiempos han tenido sed de superioridad, y en su búsqueda de estar por encima de los demás, siempre caen en excesos que terminan acabando con ellos.

Si no, hagamos un repaso relámpago por la historia de los grandes reinos que llegaron a su esplendor conquistando naciones y alcanzando riquezas, pero al perder el control sobre sus pasiones, llenos de soberbia, creyéndose dioses entre los demás humanos, se corrompieron de tal manera que entraron en decadencia, perdiendo todo cuando se enfrentaron a otro reino más limpio en costumbres y disciplinado en su manera de conducirse consigo mismos y con los demás.

La falta de límites en la historia

Eso sucedió con el Imperio Macedonio, cuyo rey, Alejandro Magno, murió alcohólico y enfermo mental. Lo mismo ocurrió con el Imperio Romano, el Mongol, el Ruso y más.

Tal realidad la confirma la historia universal. Encontré dos muestras de ello, una en el sitio web de National Geografic, que recoge información investigada por la revista Frontiers in Political Science, donde se analiza el derrumbe de los grandes reinos, destacando entre esas variables, “un inexplicable fracaso del liderazgo principal para defender los valores y normas que habían guiado durante mucho tiempo las acciones de los líderes anteriores”.

O dicho en palabras de la revista Muy interesante, “su fin tuvo que ver con la decadencia”, citando como ejemplo el famoso cuadro de Thomas Couture, titulado Los romanos de la decadencia (1847)”, donde el pintor representa a hombres y mujeres “ahítos de placeres mundanos, despreocupados por el bien común”, el cual pintó para advertir a la sociedad francesa del siglo XIX.

Creo que todos nos damos cuenta de que la degradación de la persona trae muchas desgracias, pero quizá nos ha hecho falta ahondar en que si hombres y mujeres se pierden a sí mismos es porque nos saben ponerse límites. Vivimos con la falsa idea de que la libertad radica en hacer lo que nos plazca, desoyendo consejos, ignorando los valores, las reglas y los mandamientos por considerarlos anticuados, creyendo que nada de lo que hagamos tendrá consecuencias. Y lo más grave es que los niños y los jóvenes están creciendo con esa convicción, poniendo en riesgo su futuro.

Limitarse a uno mismo

La única verdad, aunque no le guste a muchos, es que para ser libre hay que limitarse uno mismo, porque es fácil encadenarse a vicios y malas costumbres. Comer sin medida trae malestar al estómago, obesidad y enfermedades. Beber alcohol, al principio puede ser divertido, pero una borrachera se convierte en descontrol y pérdida de la dignidad, y finalmente, en un vicio que acarreará muchos males.

Tener sexo nunca podrá ser una diversión, pues implica donarse enteramente a otra persona, volviéndose un vínculo imposible de olvidar porque la acción queda dentro de uno, por eso es tan íntimo y requiera amor y compromiso.

Faltar al respeto, robar, mentir, matar y todo lo que signifique sobrepasar límites se pueden convertir en hábitos que, al final, conducirán a la perdición porque lo difícil es comenzar y una vez hecho el daño, frenarlo significará reconocer que se requiere de mucha voluntad y ayuda externa.

Por eso, pensemos en que permitirnos acciones que atentan contra nuestra dignidad nunca podrán justificarse, sin embargo, podemos aprender a evitarlas. O bien, si hemos caído, será necesario buscar ayuda y estar atentos a las señales de alerta cuando exista peligro para cuidarnos de no reincidir.

Entre las acciones que podemos implementar está hacer un examen de conciencia, es decir, hacer un repaso de nuestro día para detectar lo que no estuvo bien y poner remedio al día siguiente, eso nos ayudará a conocernos y a prepararnos para cuando se presente nuevamente alguna adversidad. Otra es recordar que nuestros niños nos ven y nos imitan, por eso, pensemos antes de actuar y pongamos límites para que ellos también moldeen su carácter y su personalidad. Y, no menos importante, perdonarnos a nosotros mismos. Lo hecho en el pasado no podemos borrarlo, pero eso no quiere decir que debamos vivir con el peso de nuestras faltas, si ya fueron reparadas.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de febrero de 2023 No. 1441

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