Una experiencia de misión por la fraternidad
“La Cuaresma es un tiempo fuerte, de preparación a la Pascua y eso incluye que asumamos la tarea de compartir con otras personas las riquezas de nuestra fe”, nos comentó el asesor de pastoral juvenil de la parroquia. Entonces nos propuso salir a algunas comunidades de la misma parroquia o de alguna otra comunidad rural para “llevar buenas noticias”.
A la mayoría le entusiasmó la idea. Por fin tendríamos la oportunidad de dar un poco de lo que hemos aprendido en nuestro proceso de formación en el grupo juvenil. Así que el sacerdote nos convocó para empezar a prepararnos, desde antes del inicio de la Cuaresma, de tal manera que un par de semanas después pudiéramos ir a esas comunidades “necesitadas”.
No más “sedantes espirituales”
Cuando inició la preparación, el padre nos mostró el proyecto: “Se llama Misión por la Fraternidad y es una iniciativa que tiene casi veinte años de estar en marcha”, dijo. “Es un trabajo conjunto que vienen haciendo algunas diócesis del país, algunos colectivos de sacerdotes comprometidos con las comunidades empobrecidas y algunas organizaciones de inspiración católica que buscan la transformación de la realidad desde el Evangelio”.
A algunos de nosotros nos sonó un poco extraño. Pensamos que en los llamados “ejercicios cuaresmales” se trataba de ir como “maestros o catequistas” a enseñar a la gente “alejada de Dios” o que de plano no sabía nada de Él, y que, por tanto, “vivían en el pecado”, y que nuestro trabajo sería “hacerles el favor de llevarles la salvación”.
El sacerdote nos explicó: “Este proyecto se trata de compartir con las comunidades cristianas nuestra fe puesta en obra, no sólo con las catequesis, que es una parte importante y fundamental, sino también con acciones que permitan a la comunidad detectar las situaciones que no les ayudan a vivir con dignidad, según el plan de Dios, y a partir de ello, organizarse, hacer alianzas para paliar la pobreza, el analfabetismos, algunos retrasos en materia de salud y esparcimiento, además de combatir el machismo o el alcoholismo…”
Nos hizo entender entonces que no íbamos como “maestros” a enseñar, o solamente a darles un “sedante espiritual” para sus angustias y después dejarlos tal y como los encontramos, sino a compartir con esas comunidades y a aprender de ellos, de sus luchas, de sus esperanzas y proyectos de vida mejor.
Del egoísmo al bien común
Fueron dos semanas de intenso trabajo. Antes de salir de la parroquia nos reuníamos casi una hora para hacer oración: le presentábamos a Dios nuestros proyectos (porque eran de nosotros y de las comunidades) y le pedíamos la luz para discernir cuál era su voluntad. El padre nos ayudaba a notar “las mociones”, las indicaciones del querer de Dios a través de nuestra acción.
Ya en la comunidad, hicimos un intenso visiteo a las familias para hablarles de la conveniencia de reunirnos por las tardes, un par de horas, para reflexionar nuestra situación de vida a la luz de la Palabra de Dios. Muchas familias eligieron asistir, otras no, como era de esperar.
Formamos diversos grupos de reflexión por edades: niños, adolescentes, jóvenes, adultos. En todos los grupos reflexionamos los mismos temas: “Tejiendo alianzas por la paz”, “Tejiendo alianzas por la seguridad humana”, “Tejiendo alianzas por la solidaridad”, “Tejiendo alianzas por el bien común”, “Tejiendo alianzas para la acción”.
Lo interesante es que la misma gente de la comunidad era quien hacía los aportes más importantes y reales a la hora de la reflexión; nosotros sólo actuamos como “facilitadores”.
Durante esos días caímos en la cuenta de que, como comunidad, estábamos viviendo en un clima de egoísmo, mirando cada quien en su propio provecho, sin entender que una sociedad, una Iglesia, se forma con la participación de todos, y que los problemas comunes que tenemos podemos solucionarlos con la participación decidida de todos, iluminados y alentados por la presencia de Jesús resucitado que vive y camina con nosotros.
Al final de las dos semanas de trabajo en la comunidad se creó un equipo local para dar seguimiento a las propuestas que surgieron durante las reflexiones. El padre prometió seguir acompañando el proceso de la comunidad y nosotros seguiremos alentando al grupo juvenil que se formó en esos días.
No cabe duda que esta ha sido una de las experiencias que más nos han marcado. Con mis compañeros de grupo nos hemos dado cuenta que ser cristiano va más allá de una relación intimista, casi rayando en el egoísmo, con Dios, y que construir el Reino que anunció Jesús debe hacerse desde aquí, sin perder de vista la meta futura.
GHG | El Observador