Por Jaime Septién |
Ha pasado, como un suspiro, el primer año de pontificado de Francisco. Aún no nos reponemos de tantas sorpresas. Cada día es diferente. Y cada jornada es un hecho inédito en la historia de la Iglesia católica. Me pregunto: ¿dónde están aquéllos que profetizaban a los cuatro vientos que el elefante anquilosado y renqueante ya era incapaz siquiera de reformarse? No me refiero a las portadas de revistas como The Rolling Stone; me refiero a las voces avinagradas de dentro y fuera de la Iglesia, a quienes les molestaba la infalibilidad de Benedicto XVI porque afectaba a su propia infalibilidad…
En fin, mulas habrá siempre en el camino de los arados. Y surcar la tierra con la semilla del Evangelio no es algo que le guste a quienes suelen vivir del no y de la rebeldía incautada por los intereses a los cuales defender, porque propician su propio poder. Una rebeldía farisaica e inútil que se ha topado con un genio de la comunicación llamado Jorge Mario Bergoglio. ¿Genio de la comunicación? Habla claro, directo, y enraizado en la Escritura. La certificación de calidad en un mensaje como el del Papa se llama coherencia. Decir lo que se hace y hacer lo que se dice. Es el líder moral indiscutible en el mundo. Por la sencilla razón de que es razonable. Y presenta a la gente la Palabra en estado puro: la razón que da razones.
Entre el vocinglero de los medios y la cháchara de la publicidad, Francisco asume el sentido del lenguaje: la verdad.
*Artículo publicado en el Boletín de CELAM, 12 de marzo de 2014.