Por Carlos Garfias Merlos, Arzobispo de Acapulco |
En los últimos días se ha dado un repunte en el reporte de desaparecidos en Acapulco y en el estado de Guerrero. De hecho, los casos de desaparición de personas se han dado desde hace décadas por diversas razones y, afortunadamente, se han generado iniciativas para su investigación y para el conocimiento de la verdad sobre esos casos. Pero las desapariciones de los últimos años, han estado vinculadas a las acciones de la delincuencia organizada y, en algunos casos, a rencillas entre particulares, o a razones desconocidas. En cualquiera de los casos, se trata de hechos sumamente graves que trastornan la vida de los familiares de los desaparecidos.
Uno de los daños colaterales a las desapariciones imprevistas y forzadas se relaciona con las secuelas que deja en los familiares la incertidumbre y el desconocimiento de su paradero. En los casos de asesinados es posible cerrar el ciclo del duelo con la ayuda necesaria, pero en el caso de los desaparecidos, los familiares viven con secuelas de muy difícil manejo que les trastornan la vida.
Urge que se dé una especial atención a los casos de desaparecidos para encontrarlos y para apoyar a sus familias en sus esfuerzos de búsqueda que corresponde al Estado y a la misma sociedad civil. Urge ofrecer a las familias el apoyo que necesitan y que está determinado en la Ley General de Víctimas en cuanto a sus derechos a la verdad, a la justicia y a la reparación del daño. Espero que tanto las autoridades, como la sociedad civil y los mismos afectados por la desaparición de sus familiares sigamos procurando la atención y acompañamiento a los familiares de los desaparecidos, quienes finalmente son víctimas de la violencia.