Por Mónica Muñoz |

Resulta sumamente incómodo hablar con alguien que no nos mira a los ojos, o que ni siquiera se toma la molestia de voltear a vernos cuando le dirigimos la palabra, pues hace pensar que nuestro tema de conversación no es lo suficientemente interesante para ganar la atención de nuestro receptor.

Creo que a todos nos ha pasado alguna vez esta vivencia: necesitamos desahogar lo que carga nuestro corazón y para eso buscamos a algún amigo o pariente a quien confiarle nuestras penas, por eso, a quien elegimos para platicar no puede ser cualquiera, sino que buscamos a una persona que verdaderamente nos escucha.

Porque no es lo mismo oír que escuchar. La acción de oír se refiere a percibir sonidos con nuestro sentido del oído, maravilloso, por cierto, pues nos ayuda a tener una comprensión precisa de la comunicación cara a cara con nuestros semejantes. Gracias a Dios, tenemos cinco sentidos desarrollados que nos permiten tener experiencias sensoriales completas y satisfactorias. Nada menos hace poco se hizo popular en las redes sociales un video que mostraba la extraordinaria reacción de un bebé al oír por primera vez la voz de su madre. Su carita iluminada hablaba por sí sola, sin palabras transmitía la sorpresa que le provocaba la sensación de percibir el sonido, desconocido para él hasta ese momento.

Otro más, fue el de una mujer de 40 años que, emocionada, lloraba al poder oír la voz de la persona que le hacía pruebas, o el bebé que se conmueve hasta las lágrimas con el canto de su madre. ¡Qué maravilloso es el sentido del oído!

Por eso resulta comprensible que apreciemos en todo lo que vale esta asombrosa función de nuestro cuerpo, la que, junto a las otras cuatro, hacen de nuestra vida un sensacional experimento, pues día a día nos ayudan a comprender mejor nuestro entorno y las relaciones con los seres humanos.

De ahí que signifique mucho para nosotros tener con quién compartir nuestros puntos de vista, opiniones y sentimientos, que busquemos gente afín a nuestro modo de pensar y que desee compartir con nosotros parte de nuestro caminar.

Por eso, cuando esa persona elegida no nos presta atención, nos sentimos defraudados y expresamos lastimeramente que no nos escucha. Entonces, ¿en qué estriba la diferencia? Sencillo, aparentemente: quien verdaderamente nos escucha, pone todo de su parte para involucrarse es la plática, no se concreta con plantarse frente a nosotros sino que asiente con la cabeza, mueve los labios para reafirmar alguna frase dicha, nos observa para reaccionar de acuerdo a lo que le estamos platicando, pero sobre todo, nos deja hablar. Quizá no soluciona nuestros problemas, pero nos despedimos de esa persona con la certeza de que no todo está perdido.

¡Esa es la diferencia entre oír y escuchar!, por eso, es muy importante para las relaciones humanas practicar dos artes: el de conversar y el de escuchar. Ambos son importantes, el primero se trata de hablar con el corazón y compartir temas de interés, que verdaderamente edifiquen el espíritu del interlocutor.

El segundo, creo que es más difícil, pues escuchar implica hacer a un lado la propia opinión para dar paso a la del otro. Claro que no se trata de quedarse callado y convertir la plática en un monólogo, sino de intercambiar sentimientos y valores, de permitir que las ideas fluyan y tomen forma de palabras, de hacer eco a lo que se nos quiere comentar, sin prejuicios ni reproches. Sí, verdaderamente, saber escuchar es difícil.

Alguna vez en internet encontré un artículo donde se decía que quienes acuden al sacramento de la Confesión no necesitan de los servicios de los psicólogos. Y puede ser que tenga razón; quien se confiesa seguido tiene la oportunidad conocerse cada vez más profundamente gracias al examen de conciencia que debe realizar antes, descansa al externarle al padre sus pecados y se va en paz y pleno con la absolución que le da Cristo a través del sacerdote.

Definitivamente, saber escuchar afianza amistades y ayuda a las personas a redirigir el camino, no por nada es una obra de misericordia: “dar buen consejo al que lo necesita”, que podríamos interpretar como “escuchar con amor al que lo requiere”.

 

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