Por Felipe de J. Monroy | Director Vida Nueva México |
En una de sus abundantes perlas de sabiduría Rabindranath Tagore escribió que “el agua es brillante en un vaso y oscura en el mar; así como la pequeña verdad tiene palabras que son claras y la gran verdad guarda un gran silencio”.
Pensé en ello al conocer la difusión del nombramiento del obispo Enrique Díaz Díaz, como coadjutor para la mítica diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas. Nombramientos así suelen significar que el obispo titular está viéndose impedido progresivamente para atender los intereses del territorio diocesano o que sus actitudes o acciones son erráticas o confusas y que ponen en riesgo la estabilidad pastoral o administrativa de la diócesis.
Cualquiera que sea el caso, los nombramientos de obispos coadjutores suelen pertenecer al fenómeno buena noticia – mala noticia. Por fortuna, la excepción hace la regla y en el particular caso de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, la claridad de palabra de su aún obispo titular Felipe Arizmendi Esquivel desactivó una serie de murmuraciones y enredos que pudieron llegar a ser dañinos y ofensivos. Y los vaticinamos no como taumaturgos sino mirando apenas la costra de la historia reciente.
Hay que reconocer al obispo Arizmendi la franqueza con la que escribe aquella carta abierta en la que da razón del nombramiento de Díaz y ‘desnuda’ algunos de los procedimientos diocesanos y canónicos que entrarán en marcha en mayo del 2015: “Tan pronto el Papa acepte mi renuncia, asume de inmediato el servicio de obispo diocesano, y yo paso a ser obispo emérito… Este nombramiento me llena de inmensa alegría y fortalece mi esperanza, porque significa que nuestra diócesis continuará su esfuerzo por ser fiel al Concilio Vaticano II, siguiendo los caminos señalados en nuestro III Sínodo Diocesano, para ser una Iglesia autóctona, liberadora, evangelizadora, servidora, en comunión y bajo la guía del Espíritu Santo… Con fraterna insistencia, yo propuse ante el Papa y sus colaboradores a Mons. Enrique como Coadjutor, porque él también está convencido de la importancia de la inculturación de la Iglesia en estas tierras chiapanecas, siempre en comunión con el Papa y con los hermanos obispos. Tiene un corazón muy centrado en Jesucristo, que es su pasión primera, con una fuerte cimentación en la Palabra de Dios, y otra gran pasión por el pueblo, sobre todo por los pobres, los marginados, los indígenas. Se ha esforzado por hablar algunos de los idiomas originarios de este lugar, como el tseltal, tsotsil, tojolabal y ch’ol. Se esfuerza por promover la unidad en la legítima diversidad dentro de la Iglesia, promoviendo la participación de las mujeres, de los catequistas, de los diáconos y de los demás servidores…. Porque estoy convencido de las cualidades que Dios le concedió en favor de este pueblo, desde hace dos años empecé a solicitar este nombramiento ante los colaboradores del Papa en Roma”. Con esta claridad no hay lugar para fantasmas.
Esta actitud de Esquivel no es extraordinaria, no es la primera vez que comparte con honestidad pensamientos y acciones de su vida pastoral. Cada Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano, por ejemplo, Arizmendi comparte abiertamente aquello que es de interés de la comunidad católica, y escribe con naturalidad y transparencia lo que algunos quisieran mantener en enfermiza reserva. ¡Cuánto daño hace guardarse en idealizado y falso secreto situaciones que interesan a toda una comunidad! El suyo ha sido un gran gesto, sirve de ejemplo y seguro redundará en el bien y bienestar de muchos.
@monroyfelipe