Por Juan Gaitán |

¿Qué tienen en común los «pro-abortistas» y los «pro-vida»? Es una pregunta que puede despertar muchos sentimientos, porque ambos son grupos que defienden aguerridamente su punto de vista. Incluso, es posible que cada sector haya llegado a denominar a su opuesto como: el enemigo.

Para mí, la respuesta es casi obvia. Lo que tienen en común pro-abortistas y pro-vidas es que buscan salvaguardar la vida. Los pro-vida se comprometen con los más vulnerables, que son los seres humanos ya concebidos pero aún en el vientre de la madre; en cambio, los pro-abortistas defienden, por no considerar a los concebidos como sujetos con dignidad humana, la vida de las madres, sus proyectos de vida, su futuro.

La diferencia es radical (porque es enorme lo que hay de por medio), pero es maravilloso darse cuenta de que en el fondo de la discusión existe un punto de encuentro.

Personalmente, no puedo estar de acuerdo con las prácticas abortivas, sin embargo, el juicio moral, debido a las circunstancias que atraviesa cada persona, como siempre, queda en manos de Dios.

Hay quienes, como parte de los movimientos pro-vida, argumentan que lo mejor es llamar las cosas por su nombre, y hacen llegar a los grupos pro-abortistas el fuerte grito de «¡asesinos!» Pero no estoy tan seguro de que ésta sea la actitud más cristiana. Resuena en mi conciencia el amor a los enemigos, el recordar que el odio se convierte con amor.

Me parece que llamar «asesinos» (muchas veces más con la intención de insultar que de proteger la vida) no es la actitud más adecuada. Eso más bien es desvalorizar un posible punto de encuentro. ¿Qué podría pasar si se buscara, en su lugar, caminar desde la coincidencia que exaltar las diferencias?

El asunto es delicado, ¡porque una vida es una vida!, pero quizás ésta sea una propuesta válida para un camino más conforme con el Evangelio: Transformar desde el amor y reconocer el punto de encuentro, antes que insultar y declarar con odio la enemistad.

 

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