Por Fernando Pascual |
Sorprende encontrar en un monje del siglo VI unas afirmaciones tan fuertes y tan severas contra la crítica, el juicio y el desprecio. El monje era san Doroteo de Gaza, y sus afirmaciones están contenidas en una obra titulada “Ora et labora” (capítulo VI), que reproduce una conferencia dirigida a otros monjes.
¿Qué enseñaba Doroteo sobre la crítica? Recuerda una enseñanza de los Padres: “No existe nada peor que el juzgar”. Porque, añadía en seguida, quien escucha lo que se dice sobre otros, o quien empieza a lanzar a su alrededor comentarios sobre éste o sobre aquel, pronto se olvida de sus propios pecados…
San Doroteo recuerda, entonces, que “nada irrita más a Dios, nada despoja más al hombre y lo conduce al abandono, que el hecho de criticar al prójimo, de juzgarlo o maldecirlo”.
Además, Doroteo busca aclarar la diferencia entre criticar, juzgar y despreciar a otros. Así definía cada uno de estos defectos:
“Criticar es decir de alguien: tal ha mentido o se ha encolerizado, o ha fornicado u otra cosa semejante. Se le ha criticado, es decir, se ha hablado en contra suya, se ha revelado su pecado, bajo el dominio de la pasión”.
“Juzgar es decir: tal es mentiroso, colérico o fornicador. Aquí juzgamos la disposición misma de su alma y nos pronunciamos sobre su vida entera al decir que es así y lo juzgamos como tal. Y es cosa grave. Porque una cosa es decir: se ha encolerizado, y otra: es colérico, pronunciándose así sobre su vida entera. Juzgar sobrepasa en gravedad todo pecado, a tal punto que Cristo mismo ha dicho: ‘Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver claro para sacar la paja del ojo de tu hermano’ (Lc 6,42)”.
Sobre lo que sea despreciar leemos lo siguiente: “Hay desprecio cuando no contentos con juzgar al prójimo, lo execramos, le tenemos horror como a algo abominable, lo que es peor y mucho más funesto”.
En este contexto Doroteo recordaba la parábola del publicano y del fariseo (cf. Lc 18,9-14). El fariseo decía la verdad al reconocer y agradecer a Dios sus buenas obras. ¿Cuál fue, entonces, su pecado? Despreciar y juzgar al publicano: “Entonces fue gravemente culpable, porque juzgaba a la persona misma de ese publicano, la disposición misma de su alma, en una palabra su vida entera”.
A los bautizados no nos corresponde juzgar a otros, sino trabajar seriamente en la conversión de la propia vida. San Doroteo lo explicaba con estas palabras:
“¿Por qué, entonces, queremos nosotros exigir algo del prójimo? ¿Por qué querer cargarnos con el fardo de otro? Nosotros, hermanos, ya tenemos de qué preocuparnos. Que cada uno piense en sí mismo y en sus propias miserias. Sólo a Dios corresponde justificar o condenar, a Él que conoce el estado de cada uno, sus fuerzas, su comportamiento, sus dones, su temperamento, sus particularidades, y juzgar de acuerdo a cada uno de estos elementos que sólo Él conoce. Dios juzga en forma diferente a un obispo, a un príncipe, a un anciano y a un joven, a un superior y a un discípulo, a un enfermo y a un hombre de buena salud. Y ¿quién podrá emitir esos juicios sino aquel que todo lo ha hecho, todo lo ha formado, y todo lo sabe?”
La parte final de esta conferencia es una hermosa invitación al amor, con ayuda de la imagen de un círculo. En el centro está Dios. Conforme nos acercamos a Él, nos acercamos a los demás, y conforme nos acercamos a los demás, nos acercamos a Él. En otras palabras: amor a Dios y amor al prójimo se dan juntos.
No criticar, no juzgar, no despreciar, sino amar. Así de sencillo y así de difícil. Sólo entonces seremos realmente hijos del mismo Padre y discípulos de quien nos enseñó con su vida y con sus palabras esta máxima: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6,37).