Por Fernando Mendoza |

El olivo es considerado como el árbol de la paz. Cuando a las palomas blancas se les identifica como el símbolo de la paz llevan en su pico una pequeña rama de olivo.

En la antigua Grecia, se coronaban a los ganadores de las originales olimpiadas con ramas de olivo entrelazadas, con lo que se consideraba a este premio como un triunfo del esfuerzo y el trabajo diarios.

El olivo puede llegar a medir unos 15 metros de altura, y da una sombra bastante generosa. Antes de sembrar un olivo, se debe preparar la tierra con algunas semanas de anticipación. Requiere mucha luz para su crecimiento, y no demasiado riego. Característica fundamental en el trabajo del cultivo de la aceituna, como fruto del olivo, es la paciencia, porque la primera cosecha se da alrededor de los ocho años, aunque si se cuida y se abona con detenimiento, puede adelantarse a cinco años.

Desde el domingo 8 de junio habrá un olivo que concentrará millones de miradas, para verlo crecer y esperar con paciencia su primer fruto. Fue sembrado en los jardines del Vaticano. Lo plantaron Shimon Peres, presidente de Israel; Mahmud Abbas, presidente de Palestina; el Patriarca Bartolomé de la Iglesia ortodoxa; y Papa Francisco, en uno de los momentos culminantes de la jornada de oración para pedir la paz en Oriente Medio.

Estaban los cuatro en un momento importantísimo para la paz tan anhelada en este mundo convulso. Habían sido invitados días atrás por Papa Francisco durante su visita a Tierra Santa. Se seguía un protocolo exacto y bien medido. Todos sabían lo que cada quien haría y diría. Por lo mismo, a mi parecer, lo verdaderamente importante de la jornada no fue lo que ocurrió, que ya es mucho y fue muy necesario, sino lo que vendrá.

Se sabía que estarían allí unos pocos líderes políticos que se convertirían en líderes espirituales del judaísmo, cristianismo e islamismo, separados por una larga historia llena de agravios, malentendidos y guerras.

Se sabía quién llegaría primero, quién leería primero, quién oraría primero. Se sabía que los líderes de Israel y Palestina se saludarían, y por lo mismo decenas de periodistas capturaron el momento. Se esperaba así.

Se sabía que Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé estarían juntos, intentando dejar atrás un período de mil años de división incomprensible.

Se sabía que habría lecturas, música y oraciones y una invocación por la paz de Papa Francisco, en la que insistió que se requiere mayor valentía para disponer la paz que para armar la guerra.

Pero el gesto de sembrar el olivo me parece que se convertirá en el símbolo del futuro de la paz en Oriente Medio.

Tal como el olivo, la paz requiere paciencia y un trabajo subterráneo, que no se ve pero que es necesario, y que es por donde fluye el alimento.

Tal como el olivo, la paz requiere esfuerzo y compromiso diarios.

Tal como el olivo, la paz podrá dar sombras refrescantes y frutos sabrosos, si se sabe regarlo, abonarlo y cuidarlo.

Y tal como el olivo, la paz requiere luz, mucha luz. Requiere esfuerzo nuestro en la petición y paciencia para esperar los frutos. Dios nos da la luz necesaria para conseguir la paz.

Por todo esto es necesario que la oración nuestra para pedir la paz en Oriente Medio y en nuestro México violento sea constante, de día y de noche, a tiempo y destiempo, y compartida por todos.

Mientras tanto, ojalá que el olivo crezca en los jardines vaticanos y dé frutos en el mundo entero.

 

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