Por Carlos Garfias Merlos, Arzobispo de Acapulco |

La actual situación de violencia e inseguridad que padece el país tiene que ser vista con una perspectiva histórica para poder entenderla y para poder superarla. Esta violencia no se ha generado en los últimos años, más bien, se ha manifestado con expresiones brutales. Hay factores económicos, políticos, sociales y culturales que, incluso, tienen trasfondo y repercusiones internacionales. Ante esta realidad es preciso prever e integrar una estrategia que considere todos estos aspectos, a mediano y a largo plazo. Es importante considerar que se está generando una cultura de la violencia, y que ésta ha ido promoviendo un estilo de vida con sus expresiones muy propias, que va abriéndose paso en sectores de la sociedad.

«Somos un pueblo de tradiciones con profundas raíces cristianas, amante de la paz, solidario, que sabe encontrar en medio de las situaciones difíciles razones para la esperanza y la alegría y lo expresa en su gusto por la fiesta, por la convivencia y en el gran valor que da a la vida familiar. Precisamente, porque sabemos que la raíz de la cultura mexicana es fecunda y porque reconocemos en ella la obra buena que Dios ha realizado en nuestro pueblo a lo largo de su historia, hoy queremos alentar en todos la esperanza» (Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna, 8). Con estas palabras, los obispos mexicanos hemos hecho un planteamiento sobre las grandes posibilidades que se abren para promover una cultura de paz. No partimos de cero. Hay una larga y honda tradición cultural que puede sostener la construcción de la paz hoy. Hay que recuperar los valores culturales que nuestro pueblo ha cultivado a lo largo de siglos y hay que inspirar los nuevos valores que la sociedad desde el espíritu de la democracia promueve, como la tolerancia, el respeto a la ley, el ejercicio de la libertad y otros.

La familia, la escuela, los medios, las iglesias, entre oros, son actores sociales que tienen una relevancia mayor en la tarea de forjar una cultura de paz, sin dejar a un lado el papel de los gobiernos mediante sus políticas públicas orientadas a respaldar la cultura de paz.

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