Por Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia |

Al celebrar en estos días las fiestas patrias en las que conmemoramos el inicio de la lucha por la Independencia, siguen desafiándonos con mayor fuerza los grandes ideales de libertad, justicia e igualdad que motivaron a Hidalgo, Morelos y a quienes los apoyaron en aquel tiempo. Podemos decir que hoy las exigencias son más amplias y profundas.

En la Carta Pastoral que escribimos los Obispos de México con motivo del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, señalábamos esas prioridades fundamentales del momento presente que nos apremian y que aquí quiero recordar: el combate decidido a la pobreza, una educación integral y de calidad para todos, la reconciliación nacional.

La desigualdad escandalosa en cuanto al acceso de los bienes no es un fatalismo insuperable, pero el problema de fondo está en la falta de fraternidad, en la insensibilidad ante las necesidades del otro. La responsabilidad social de políticos y empresarios ha de buscar no sólo dar respuesta a las situaciones de emergencia o a programas asistencialistas que en ocasiones se lanzan con fines electorales, sino promoviendo un plan de desarrollo en el que las personas y las comunidades asuman en forma participativa tareas de superación.

La educación no es sólo el camino del progreso al mejorar conocimientos y habilidades, al capacitar para el trabajo, sino principalmente ha de concebirse como la formación de las personas que en el ejercicio responsable de su libertad aprendan a amar el bien, la justicia, la verdad y la belleza. De otra manera es imposible construir una nueva sociedad, pues estaría basada sobre un terreno frágil y superficial.

Gracias a Dios no faltan los maestros y maestras que engrandecen el alma de los niños y los jóvenes, no sólo por los conocimientos que imparten, sino por el ejemplo de vida con que forjan la conciencia de las nuevas generaciones. Es triste y preocupante, por otro lado, la contaminación de esta noble tarea de la educación por las prácticas viciosas de los grupos sindicales y sus líderes, que por otros intereses descuidan su misión.

Otra de las tareas pendientes para los mexicanos es la reconciliación entre todos los que formamos esta gran nación. Reconciliación con nuestro pasado y nuestras raíces culturales, tanto indígenas como europeas, especialmente españolas, que siguen siendo vigentes y valiosas. Reconciliación entre las distintas maneras de pensar superando intolerancias, rencores y radicalismos ideológicos.

La discordia paraliza a los pueblos en su búsqueda de progreso. A través del diálogo y no de la violencia, podemos hacer que las diferencias contribuyan a una mayor riqueza, sabiendo que como compatriotas somos parte del mismo pueblo y no necesariamente enemigos. La violencia siempre provoca muerte, destrucción y atraso. La insatisfacción y la crítica legítima deben convertirse en propuestas creativas, inteligentes y viables que nos permitan hacer de México un país más digno, libre y fraterno.

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