Por Mónica Muñoz |

“¿Tener un hijo?, es muy fácil” decía un chico de 18 años, cuando dio la noticia a sus padres de que su novia estaba embarazada.  El único mérito que le concedo es que ambos pensaron en tener al bebé y no recurrieron al aborto.  Sin embargo, cuando nació el niño, su pensamiento cambió completamente.  Se dio cuenta de que no era tan sencillo como él creía, porque los hijos requieren muchos cuidados.

Efectivamente, lo difícil no es tener un hijo, sino atenderlo, mantenerlo y educarlo.  Quizá creyó que sería como tener una mascota (ya sé que es mala la comparación), y que no había mas que darle de comer, cambiarle el pañal y hacerle una caricia de vez en cuando.  Nada más lejos de la realidad.  Todos los padres y madres saben que un bebé es demandante, llora por todo y hay que adivinar si tiene hambre, está enfermo o sólo quiere que lo carguen porque desea convivir con la gente que conoce como familia.  Además, si nace con algún problema como el famoso reflujo, deberán darle una leche especial, no agitarlo para evitar que regrese lo que comió, y mil precauciones más. Eso nada más cuando es pequeño, porque las complicaciones aumentan conforme el nene crece.

Hago hincapié en un caso donde la pareja decidió hacerse cargo de la situación, porque desafortunadamente, no todos responden de la misma manera.  Es más simple abortar y seguir como si nada hubiera pasado, en el caso de las chicas, o negarlo todo y desaparecer, si son los jóvenes los “afectados”.  Aunque toda la vida arrastren las nefastas consecuencias de esta decisión.

Lo triste es que nuestros jóvenes no están conscientes de que, si tienen relaciones sexuales a temprana edad, tarde o temprano tendrán un embarazo no planeado, porque, aun usando métodos anticonceptivos o preservativos, se corren riesgos, ya que no son cien por ciento seguros.  Entonces recurrirán a remedios extremos como deshacerse del fruto de su pasión, porque con escasos 14, 15 ó 18 años (en realidad, la edad es lo de menos) no están preparados para enfrentar tamaña responsabilidad.

Cuando me entero de estos hechos, es cuando me pregunto, ¿dónde estaban los papás de estos chicos?  Digo, porque no creo que los progenitores no se den cuenta de lo que hacen sus hijos.   A menos que no les interese, los padres de familia, se supone que están al tanto de sus actividades y las amistades que frecuentan, están tan pendientes de ellos que perciben cualquier cambio de actitud y humor, señal inequívoca de problemas en los jóvenes.

No obstante, sucede en muchos casos que la comunicación padres – hijos es poca o nula.  Si hablan, tratan temas banales, evitando tocar los verdaderamente medulares, aquellos que los convertirán en personas de bien, que los alertarán ante los peligros del mundo y los harán entender que son seres humanos valiosos, con tan gran dignidad que nadie tiene derecho a jugar con ellos, ni siquiera ellos mismos.  Que pertenecen a Dios, su Creador, que ha hecho en ellos su magnífica obra, por lo tanto, deben cuidarse en todo sentido: físico, mental, psicológico y moral.

Creo que, si verdaderamente los padres hicieran su tarea, si se esmeraran en formar y educar a sus hijos, si les transmitieran valores y los ayudaran a crecer sanos de mente, cuerpo y espíritu, la realidad sería otra.

Tendríamos una juventud deseosa de progresar, de aprovechar sus estudios y buscar oportunidades para desarrollar sus habilidades y aptitudes.  Buscarían la amistad desinteresada con chicos y chicas, entendiendo que el amor llega a su debido tiempo, sabiendo además que todo lo que vale la pena en la vida se alcanza con esfuerzo y dedicación, honradamente y sin revanchismos.  Participarían responsablemente en cuestiones sociales y humanitarias, la apatía sería sólo una palabra de diccionario, sabedores de sus deberes con Dios y con la patria.

Pero como siempre, debemos empezar a creerlo y ponerlo en práctica los adultos, no busquemos culpables, hagamos frente a las dificultades que implica formar seres humanos y luchemos contra lo que nos causa comodidad y placer momentáneo, sólo así podremos garantizar a nuestros hijos un aprendizaje de primera mano, coherente y responsable, pues emanará de aquellos a quienes corresponde, con todo derecho, educarlos y ser sus modelos a seguir: sus padres.

 

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