Por Francisco Xavier Sánchez |

El sábado 27 de Septiembre fueron a verme a la parroquia para ir a bautizar a un bebé (hospitalizado en la Clínica 25 del IMSS en Nezahualcóyotl, Estado de México) que se encontraba en peligro de muerte. Salvador nació con un cromosoma de más (el cromosoma 13), además de tener el labio pegado a la nariz. Nació hace cerca de dos meses y ha pasado por varios hospitales.

Fue toda una odisea el que hubiera yo podido acceder a él en el hospital. Sus papás querían estar presentes en el bautizo y también deseaban que los padrinos, que ellos habían elegido, pudieran participar a esa breve ceremonia. Sin embargo tuvimos muchos problemas para la admisión. Sólo dejaban pasar a una persona con el sacerdote. El padrino de Salvador intentó pasar, primero hablando amablemente con alguno de los policías de la entrada, y al final agrediéndolo incluso verbalmente. No hubo nada que dejara pasar a más personas. Recuerdo algunas de las palabras que dijo el padrino al policía

– “Ojalá que nunca tenga usted que pasar por esto”.

Es increíble la burocracia que se vive en los hospitales públicos de México, y conste que yo ya tengo varias experiencias en hospitales del Estado de México y del DF. ¿Qué les cuesta dejar pasar a los dos padres, e incluso a los padrinos con el sacerdote en esos –tal vez– últimos momentos del paciente? Es algo extraordinario. Trato de entender los argumentos de los policías y del personal de la entrada.

– “No pueden pasar. Sólo una persona con el sacerdote”. Nos insisten.

Actúan de manera mecánica, repitiendo siempre los mismos argumentos. Sin duda tienen temor a perder su trabajo. “Son ordenes, es el reglamento”. nos repiten.

Finalmente tuve que subir yo sólo a pediatría, terapia intensiva. Es realmente experimentar un calvario. Bebés recién nacidos, niños y niñas en sus camitas al lado de alguno de sus padres. Cuando llegué a la camita indicada, y luego de ponerme la bata, el cubre boca y el gorrito para la cabeza, me fui acercando poco a poco a la cama de Salvador. Su papá platicaba con él mientras cerraba uno de sus deditos con su mano. ¿Qué le decía? No lo sé, pero tuve ganas de llorar. Me tuve que quedar unos metros atrás del papá sin decir nada, para … para dejar que él hablara un poquito más con su hijo o más bien tal vez para controlarme y que no me encontrara con lagrimas.

Todos los libros de teodicea y los hermosos textos de Paul Ricoeur sobre el mal, sirven de muy poco –o más bien de nada– cuando está uno confrontado a la experiencia misma del mal. Trate de dar algunas palabras de consuelo, aunque para sorpresa mía creo que yo necesitaba más consuelo que el mismo papá, que se notaba sereno a pesar de la difícil situación que estaba viviendo. Le puse algunas gotas de agua en su cabecita, y en nombre del pequeño Salvador quedó inscrito para siempre en el libro de la vida.

Gracias Salvador por haber iluminado mi vida por unos instantes. Que el Señor de fuerza a tus padres que te quieren tanto, y que Dios permita sensibilizar a nuestras autoridades sobre el dolor ajeno.

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