Por Mónica Muñoz |
Nuevamente comenzaron las carreras por la mañana, desde muy temprana hora se ha vuelto a ver gran movimiento en las calles y a todo mundo regresando a clases con renovado entusiasmo porque ha dado inicio un nuevo ciclo escolar.
De la misma manera que nos disponemos para volver a empezar en la preparación académica, pensemos en reiniciar en nuestras relaciones personales, dando oportunidad a sanar heridas y dar paso a nuevos comienzos.
Traigo a colación este tema en vistas de los recientes acontecimientos que han sacudido al mundo entero, es escandaloso percibir la violencia que surge en gran parte del planeta. Las tremendas escenas que nos llegan de Medio Oriente donde son decapitados y perseguidos los cristianos por causa de su fe, hacen reflexionar en el odio y la intolerancia que siguen siendo el motor de muchos extremistas, que, desgraciadamente, están sembrando en sus niños los mismos sentimientos.
Y qué decir de los ataques de Israel a la Franja de Gaza, es inevitable sentir compasión por la población que es desplazada por la guerra y los sufrimientos por los que están atravesando, al perder su patrimonio y familias.
Y como si todo esto fuera poco, está la peor epidemia de la temible enfermedad del ébola, que ha arrebatado tantas vidas y parece incontrolable cada día que pasa.
Sin embargo, no son los únicos que viven en un clima de extrema violencia y sufrimiento, en nuestro país estamos invadidos por la inseguridad y el temor de vernos atacados por la delincuencia y el crimen organizado, que parece no tener solución.
Y más aún, cada día es más frecuente encontrar personas que no piensan en el daño que puedan causar a otros, de tal manera que les parece muy simple arrebatar la tranquilidad de la gente que de manera honrada se gana el sustento diario, acabando con sus bienes y familias.
Quizá por todas estas razones, hombres y mujeres desconfían cada vez más unos de otros y lo piensan mil veces antes que ayudar a quien les extiende la mano.
Meditando en esto, no nos sorprende encontrarnos con que a los seres humanos se les dificulta enormemente tener que perdonar a quien les causa daño, sobre todo porque vivimos en una sociedad que busca lo inmediato y lo desechable, donde las relaciones se rompen ante la menor provocación y se permite todo en nombre de la libertad y los derechos humanos, que se han vuelto acomodaticios y convenencieros.
Ante tal panorama, pareciera imposible creer en la reconciliación y la paz, pero es necesario conservar la fe y la esperanza. Pero también es necesario que entendamos que debemos poner nuestro grano de arena ante las adversidades para inclinar la balanza hacia el lado de la verdadera justicia y la recomposición del tejido social. Si cada uno colabora en el sitio donde le toca desenvolverse, hablando de paz y poniendo el ejemplo, actuando con caridad y comprensión ante los errores ajenos, será más sencillo transformar el espacio en el que nos ha tocado vivir.
Si en lugar de fomentar el revanchismo y la competencia egoísta, optáramos por la sana convivencia y el perdón, pronto viviríamos en armonía. La indiferencia que priva ante el dolor ajeno debe tornarse en solidaridad y generosidad, pues no sabemos cuándo puede tocarnos a nosotros un revés de la vida.
Es momento de decidirnos por la cero violencia: en la escuela, en las calles, en el trabajo y sobre todo, en los hogares. Hagamos el esfuerzo y pidamos a Dios su fortaleza para convivir como verdaderos hermanos, el mundo ya está cansado de tanta maldad, pero solo no va a cambiar, depende de nosotros.