Por Leo García-Ayala |
No cabe duda que las mujeres van teniendo un papel cada vez más protagónico y decisivo en la sociedad contemporánea. A donde quiera que veamos las podemos encontrar: en los puestos dirigentes de las empresas, en la educación, en casi todas las profesiones y también en la Iglesia. Definitivamente es un avance.
Eso discutíamos en nuestro grupo juvenil. Revisamos cómo Jesús siempre les reconoce la dignidad a las mujeres, y vaya que en su tiempo ellas eran marginadas de manera habitual, sin posibilidades para superarse y con el estigma de ser personas de “segunda”. Jesús, pues, “empodera” a las mujeres, no para confrontarlas con el varón, sino para enseñarnos la igual dignidad que poseemos.
El reto, pues, hoy en día, para nosotros los cristianos y para toda la sociedad, es reconocer, valorar y promover la participación de las mujeres, no como una competencia con los hombres, sino como una saludable colaboración, con la finalidad de hacer de este mundo un lugar más justo y humano, partiendo de la inteligencia de que cada quien, hombre y mujer, desde sus diferencias, hace un aporte insustituible en la construcción del mundo mejor que queremos.
Cuentas pendientes
Pero, por desgracia, no todo marcha como quisiéramos en esto de la igualdad de oportunidades. Mucho se ha hablado acerca de los famosos “ni-nis”, estos jóvenes que, por diversas circunstancias, “ni trabajan ni estudian”, y que ya en el imaginario colectivo han pasado a ocupar un lugar deshonroso.
Resulta que en México hay poco más de 36 millones de jóvenes, entre los 12 y 29 años, y según la Encuesta Nacional de la Juventud 2010, una quinta parte de esos jóvenes, algo así como 7.8 millones, no estudian ni trabajan. Lo lamentable, de por sí ya lo es esa gran cantidad de jóvenes, es que de ese grupo, casi 6 millones son mujeres.
Los datos que ofrece esta encuesta del Instituto Mexicano de la Juventud, señala que muchas mujeres jóvenes en el país no tienen la misma oportunidad de ir a la escuela, y luego, al terminar, les cuesta más trabajo que a los hombres acceder a un empleo estable; de ahí que muchas son las que se dedican casi exclusivamente a las tareas domésticas.
La misma encuesta dice que las jóvenes que están más limitadas para superarse son las que viven en el ambiente rural y en las comunidades indígenas. Por eso, para ellas, el único camino viable para salir de esa situación es encontrar “un buen hombre” que las mantenga y las haga felices.
Ahora que recién hemos celebrando el Día Internacional de la Mujer, es una buena ocasión para reflexionar sobre esta situación que no puede seguir. Bien es cierto que los hombres y las mujeres somos diferentes, pero eso no nos hace ni mejores ni peores, no debe haber un sentido de superioridad ni de unos ni de otras. La justicia, en este caso, vendrá ofreciendo a todos y todas la igualdad de oportunidades para decidir qué vida queremos tener.
Una tarea pendiente que tenemos como familia humana y que, en gran medida, los jóvenes seremos las que tendremos que afrontarla y darle un nuevo rostro a esta situación.