Por Fernando Pascual |
Que la guerra es un mal resulta evidente. Pero ello no permite condenar “las guerras” como si fuesen algo genérico, neutro, sin matices.
Porque si una guerra inicia hay culpables de la misma: En uno de los bandos, o en los dos. Olvidar este hecho es como considerar la guerra como un todo confuso y amorfo, cuando en realidad hay muchos tipos de guerras y muchas situaciones dentro del desarrollo de las mismas.
Por ejemplo, hay guerras que inician por culpa de un gobierno militarista que agrede un país vecino o lejano. Luego, el gobierno y el ejército del país agredido pueden responder a tal agresión desde una evidente legitimidad (existe el derecho a la defensa) pero con medios injustos (bombardeo a ciudades civiles del país agresor).
En este ejemplo, tenemos dos culpables, uno que comenzó la guerra, y otro que, al usar su derecho a la legítima defensa, incurrió en el delito de dañar a personas inocentes.
Las situaciones que la historia pone ante nuestros ojos son complejas y muy diversificadas. Pero a través de una lectura de las guerras del pasado y las que ocurren en el presente, podemos evidenciar el hecho innegable de las culpas.
Por eso, condenar de modo vago a “la guerra” sin fijarnos seriamente en las culpas de los unos o de los otros, o de ambos, es equivalente a dar golpes al aire, con el peligro de llegar a equiparar a agresores y a agredidos, a quienes buscan una defensa justa de su causa y a quienes aprovechan la situación bélica para crímenes que no tienen nombre.
No podemos tampoco olvidar, al condenar las guerras, a quienes aparentemente son ajenos a las mismas, pero las instigan, las financian, o venden armas a quienes harán un uso criminal de las mismas contra la población civil.
Condenemos con firmeza, por lo tanto, cualquier acción que lleve al inicio de una guerra injusta. Pero también reconozcamos el derecho a la legítima defensa de los que sufren tal acción.
Los culpables merecen ser castigados. Y los inocentes (miles y miles de personas de todas las edades) han de ser protegidos en su derecho a la vida, a la salud, a la vivienda y a ese don tan anhelado en los corazones: a una paz justa y duradera.