Por Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Tehuacán y Responsable de la Dimensión de Vida de la CEM |

El lunes 20 por la tarde de este mes de octubre hemos iniciado el Encuentro Nacional de Agentes de Pastoral de Familia y Vida, con sede en el Seminario Mayor de la Diócesis de Querétaro, el cual concluirá el viernes 24. La Diócesis anfitriona, con su Obispo a la cabeza, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, se ha organizado y nos ha acogido de manera espléndida, haciéndonos sentir en familia.

Las expectativas de inscripción han quedado ampliamente rebasadas, con más de 300 participantes de 38 Diócesis, al grado que por las condiciones del lugar desde la semana anterior se tuvieron que cerrar nuevas solicitudes.

Es buen signo la creciente participación de quienes colaboran en la Pastoral de la Familia y la Vida; pero nos duele haber tenido que decir a buen número de personas que ya no había lugar.

En esta ocasión el Encuentro en parte es réplica a un Congreso Latinoamericano que se tuvo en la ciudad de Panamá en el pasado mes de agosto; en parte hay temas propios según el proceso que estamos llevando en la Conferencia del Episcopado Mexicano; pero también tenemos en cuenta el Sínodo sobre la Familia que se acaba de realizar en Roma, el cual nos hace involucrarnos precisamente en espíritu “sinodal”, o sea caminar juntos para observar la realidad de la familia con corazón de pastores.

El cambio de época se manifiesta gravemente en la familia, que experimenta una crisis de sentido y de horizonte; pero la familia sigue siendo patrimonio de la humanidad. De hecho los participantes nos vemos como sujetos y miembros de una familia concreta, así como comprometidos a dar testimonio y ayudar a otras familias en espíritu de comunión misionera.

De esta manera, no obstante el cúmulo de signos que nos podrían hacer pensar en la agonía de la familia, inmersa en una cultura de muerte que lleva al vacío y la nada, la familia está llamada a resurgir, cumpliendo su identidad y misión: o sea ser santuario de la vida, comunidad de vida y amor, transmisora de valores humanos y cristianos, forjadora de ciudadanos y discípulos misioneros de Cristo.

Esto lo dice no sólo la teología, sino también las ciencias humanas. Aquí estamos, caminando juntos en lo personal y sobre todo como familia y con la mirada y el corazón fijos en Cristo Jesús, consumador de nuestra fe. Dios Padre nos ama, nos quiere como hijos en Su Hijo, nos concede Su Espíritu, que nos sostiene y conduce para aspirar a la vida plena, que tiene en Dios Trino su fuente y su meta.

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